Quién decide quién muere

Mano dura es lo que algunos necesitan. ¿Cómo se explica, si no, que en series en las que llevas años danzando al son de la desgracia (por un fatal desenlace que se ve al otro lado de la esquina) siempre acaben vivitos y coleando los protagonistas y seres queridos por los protagonistas (y por los lectores)? Qué difícil es cargarse a un personaje con el que llevas ya cierto tiempo viajando entre páginas repletas de aventuras, pero ¿y a su mejor amigo? ¿Y a su madre? ¿Y al amor de su vida?

Vivimos durante años las andanzas del niño que sobrevivió esperando una lucha contra el malvado Voldemort, pero el joven Potter siempre anduvo con dos amigos pegados a sus talones, dos amigos que corrieron la misma suerte que él al final de una saga en la que J. K. Rowling tuvo mano dura, pero no fue tan drástica como muchos pensábamos que podría ser. Cuántas lágrimas se ahorró esta señora. Cuántos fans enfurecidos.

No corrieron la misma suerte los fans de Los Juegos del Hambre, una saga cuyo final te deja con la mandíbula desencajada, pues ¿qué sentido tenía todo entonces, si el motivo por el que se desata el caos es el que finalmente cae? Bien por Suzanne Collins, que supo mantener el pulso firme y que no temió matar a quien menos lo merecía.

No obstante, raro es el caso en que un autor tiene mano dura en la literatura juvenil, pues son abundantes los finales felices en los que tan solo mueren personajes secundarios que no son demasiado queridos por los lectores. Al hilo de este tema, me viene a la mente una de las últimas publicaciones de la editorial Roca: Aislados, de Megan Crewe, primera novela de una nueva saga. Un libro apocalíptico que narra la historia de los habitantes de una isla en la que se ha propagado un virus mortal. A estas personas se las tiene aisladas y los recursos se van agotando por horas; la gente cae y nadie encuentra una cura, una solución. ¿Qué se puede esperar de una novela así? ¡Claro! Muertes y dolor. Y, precisamente, uno de los aspectos más positivos de la historia es que la autora no se acobarda a la hora de infectar a los personajes con el virus. Megan Crewe no pertenece al grupo de autores bondadosos que matan, pero que no tocan a personajes principales o a sus familiares. Megan Crewe mata y lo hace sin compasión, y dota a la historia de más veracidad infectando con el virus precisamente a las personas que mejor pueden caer al lector, sin hacer excepciones porque sean protagonistas o secundarios. Aislados es una buena novela por ello, porque es intensa y muy capaz de mantener al lector con el pulso acelerado, porque en ella se respira la desgracia y el realismo.

En el otro extremo se encuentra Luz inmortal, una de las más recientes novelas de SM, el final de la trilogía Amor inmortal. Después de tres libros contándonos que hay un villano que quiere acabar con la casa de Islandia (la de Nastasya, la protagonista), que esta chica tiene más de un enemigo y que hay una forma muy eficaz de matar a los inmortales, Cate Tiernan nos regala un final muy descafeinado; bonito, pero demasiado benevolente, pues son muchos los personajes que pueden conquistar el corazón del lector y pocos los que caen en la batalla final.

¿Qué prefieren los lectores? ¿Cerrar los ojos y desear un final feliz, aunque este sea poco realista? ¿Llorar con la muerte de personajes con los que ha vivido momentos emocionantísimos? ¿Y los autores? ¿Buscan contentar a sus lectores? ¿Quién decide realmente quién muere: los autores o los lectores?

 

Por Natalia Navarro