El ingrediente principal, crudo

El amor no es como lo pintan. Las relaciones de dos no son tan complicadas como muestran las telenovelas de sobremesa, ni tan fáciles como aparecen en algunos libros juveniles.

En estas novelas lo romántico no queda relegado a un segundo plano, sino que juega un papel esencial: es el ingrediente clave. Si de una página a la siguiente el protagonista está dispuesto a morir por el otro, la historia pierde fuerza. Cuando un rico plato no se cocina a fuego lento, el resultado varía y lo que podría dejar un buen sabor de boca se queda en un regusto pasable y, además, en este caso, dulzón.

En El Secreto del Amor –del periodista y escritor Daniel Blanco, publicada por Montena–, una mirada basta para que la princesa Isabel y el plebeyo Diego enloquezcan, aunque todo el mundo esté en contra de su relación. En la corte de Edom, en la que se desarrolla la historia, las conspiraciones están a la orden del día y la principal víctima será la única hija del rey, obligada a casarse con un traidor disfrazado de siervo fiel. La prosa está muy cuidada, incluso lo esotérico que hay en sus hojas le da frescura, pero el puzle no encaja bien. Lo que falla es la pieza central: el amor nace entre los personajes a una velocidad pasmosa. A ello se suma un precipitado desenlace que no convence.

Cosa de magia es también la relación de Blanca y David en Cierra los ojos y mírame –escrita por Ana Galán y Manuel Enríquez, editada por Destino–, aunque en este libro no resulta tan forzada. Y es que el amor no pasa al primer plano hasta bien avanzada la novela, pero cuando lo hace se desarrolla de forma tan precipitada que el lector se queda con la sensación de haber engullido un plato a medio cocinar. ¿Por qué ocurre esto, cuando además se trata de novelas valientes que aprueban en otros muchos puntos? Porque el romance, el ingrediente principal, está crudo.

Nadie de un día para otro regala su corazón al primero con el que cruza la mirada. Cupido en la vida real no presume de tan buena puntería, certeras son solo las flechas hechas de tinta y papel, y si de lo que se trata es de ofrecer verosimilitud a los personajes, es necesario mimar un poco más el flirteo.

Por Marina García.