La voz

Ya me estoy imaginando el concurso.

Cientos de escritores. Un relato breve cada uno. Cuatro asesores (lo siento, en mi programa imaginado no se pueden llamar coaches) de espaldas al escenario. Decenas de días de audiciones a ciegas. Cinco minutos por escritor como máximo. Cinco minutos para demostrar la calidad de su prosa, su ingenio, su soltura, su manejo del lenguaje, la naturalidad de sus diálogos; que es capaz de emocionar, conmover, hacer reír o encoger el estómago de cuantos escuchan. Cinco minutos en los que casi se juegan la vida.

Durante su declamación, la mayoría de los concursantes solo verá los respaldos inmóviles de los asesores, que después los despedirá con frases de consuelo que han perdido el significado de tanto repetirse. Solo unos elegidos verán girarse el asiento de alguno de los asesores y leerán las brillantes letras que hay en su base: QUIERO TU VOZ NARRATIVA.

Del mismo modo que los enamorados piensan que todas las canciones de amor hablan de ellos, los enfermos de los libros estamos convencidos de que todo en esta vida está relacionado o es identificable con la literatura. Por eso, solo después de tragarme por enésima vez alguna actuación de La Voz (soy lento), me he dado cuenta de que la voz de un cantante y la de un narrador no son tan distintas. Las dos son sus armas principales con las que enfrentarse al público. Una voz tiene que seducir, ganarse el favor y hasta el aplauso de quien la recibe. Sin embargo, cada voz es personal y muchas veces, salvo casos de versatilidad asombrosa, solo permite un rango pequeño de registros. Una misma voz puede glorificar una obra y destrozar otra; y la gente dirá "qué buena voz" y al día siguiente "qué voz más mala", o viceversa. Y será la misma voz, empleada de manera adecuada o no.

Encontrar la voz es una de las mayores dificultades que tiene un escritor, porque consiste, en primer lugar, en decidir si vas a escribir en primera, segunda, tercera... persona, acompañar a un personaje o a muchos, dosificar en su justa medida las cantidades de descripción, diálogo, reflexión... Y no solo eso. Hay otros factores más sutiles, casi imperceptibles, que tienen que ver con el punto de vista del narrador con respecto a la acción, con el énfasis, la implicación, el ritmo de la escritura, las zonas de la escena que iluminar y dejar en penumbra... Un sinfín de elementos que hacen que la voz sea un término etéreo, casi fantasmal, muy complejo de definir e incluso de atrapar en un texto. Y sin embargo es algo fundamental. Hay libros de los que no recuerdo nada de lo que pasaba y sin embargo su voz sigue sonando en mi memoria. Una voz poco afortunada (en general por ser poco creíble) puede hacer que una buena historia se quede en nada. Para que una obra literaria camine necesita las dos piernas: el qué y el cómo.

No basta con imaginar una buena sucesión de hechos con un final apoteósico, hay que encontrar su sonido interior, su pulso, su tensión... su voz. A partir de ahí, todo será un poco más fácil.