El pequeño vampiro

Un niño al que le apasiona leer libros de terror, una noche de estar solo en casa, una ventana abierta y un vampiro que se cuela en la habitación. ¡Un vampiro! ¡De los de verdad! Con capa, colmillos, un olor repugnante e intolerancia a la luz del sol. ¡Aaaaaaaah! Yo habría salido corriendo. Sin embargo (y para suerte de los lectores), Anton, el niño protagonista, no lo hizo. No salió corriendo y, es más, se hizo amigo de ese vampiro, de su hermana la de los dientes de leche, del hermano en plena pubertad… y juntos vivieron mil y una anécdotas, siempre con la sanguinaria Tía Dorothee acechando o escondiéndose del perverso Geiermeier, guardián del cementerio, cuya mayor ambición es tener el primer cementerio sin vampiros de Europa.

He de confesar que la serie, compuesta por una veintena de títulos escritos por la fabulosa Angela Sommer-Bodenburg, fue la principal culpable de mi obsesión por la literatura infantil y juvenil. Después ya descubrí a Ende, Dahl y Blyton, pero Sommer-Bodenburg fue la primera en llegarme al corazón. Su lenguaje fresco, sus personajes tan actuales (a pesar de haber sido escritos por vez primera en los años setenta), y el encanto de esa atmósfera, de cómo nos presenta el mito del vampiro (con novedades -los dientes de leche de Anna la Desdentada son todo un puntazo- pero respetando los elementos tradicionales como el ajo, las cruces, las capas o los ataúdes, y nada de vampiros vegetarianos) es lo que nos mantendrá en alerta y en continuo sufrimiento por nuestro humano protagonista.

En general se trata de libros más bien independientes, aunque alguna de las tramas sí se extiende a lo largo de más de uno de los títulos. Misterio, aventuras, algo de amor (más bien platónico) y mucho, mucho buen humor. Una saga inolvidable que, a lo largo de los años, ha inspirado varias obras de teatro, series de televisión e incluso una desafortunada adaptación cinematográfica protagonizada por Jonathan Lipnicki, Rollo Weeks y una jovencísima Anna Popplewell. Aunque es bien cierto que estos libros podrían considerarse infantiles, yo más bien diría que se trata de esas obras que sirven para dar el salto de lo infantil a lo juvenil: de los libros con ilustraciones en cada página a los que no tienen ninguna.

El último libro, publicado en Alemania hace un par de años, todavía no está disponible en castellano. ¿Volverá a decepcionarme Alfaguara dejando sin publicar este desenlace o me sorprenderá en un futuro próximo ofreciendo la traducción en las librerías españolas?

 

Por T. C. Ferri