Querida Salamandra

Cómo me gustas, Salamandra, cómo me gustas. Siempre tan útil y tan necesaria, reptando en silencio por esta fría y abrupta pared, marcando tu paso a lengüetazo de moscardón. Tú, que nunca te dejas oír. Tú, amiga de lo inesperado. Tú, madre de fuertes promesas. Tú, que exiges disciplina y habilidad a tus retoños. Tú, en definitiva, que te arrastras con la cabeza bien alta, sin hacer ruido, hasta el techo de mi comedor. Y desde allí, como si nada, dejas caer los frutos de tu saber esperando que sea yo, y no tú, quien dé el primer paso. Esa eres tú, Salamandra, una imprescindible que se hace de rogar.

Ediciones Salamandra nace oficialmente en el año 2000, tras más de una década editando títulos desde Barcelona bajo el sello de Emecé Editores. La suerte estuvo desde el principio de su parte, y vino de la mano de un agente literario inglés. Christopher Little se puso en contacto con Sigrid Kraus, editora de Salamandra, para ofrecerle el que sería el mayor boom de la historia de la edición juvenil: Harry Potter y la piedra filosofal. Y aunque al principio ella se negó a publicarlo, terminó comprendiendo que era un buen libro y no podía perderlo. El resto de la historia todos seguro que la conocéis. Y si alguno de vosotros, como yo, tiene las primeras ediciones de Harry Potter en castellano, que les eche un vistazo, porque puede que la editorial que firme esos libros sea la antigua Emecé España.

Los libros de J. K. Rowling supusieron no sólo la consolidación de Salamandra en el mercado editorial, sino también la apertura de una nueva línea de publicaciones dirigida especialmente a los jóvenes lectores. Eva Ibbotson, Neil Gaiman, Marianne Curley, Rick Riordan o Joan Aiken son sólo algunos de los más importantes autores juveniles con los que ha trabajado desde entonces. Y es que Salamandra, en contra de lo habitual, nunca jugó a repetir el éxito del niño mago. Consciente de que encontrar dos tréboles de cuatro hojas en un mismo día es una misión de locos, Salamandra se mantuvo fiel a unos principios que, aunque algo cerrados y anticuados, le han conducido por el camino de la calidad y el prestigio.

Estos principios pasan por un catálogo trimestral de pocas páginas y muy selectivo, hasta el punto de que no incluye a ningún autor español. En Salamandra no hay cabida para lo patrio, cosa que a algunos les podrá parecer deshonesto, pero lo cierto es que este comportamiento forma parte de su filosofía y ninguno tenemos derecho a cuestionarla. Una filosofía que atiende sólo a publicaciones con recorrido en el extranjero, publicaciones de calidad que ya hayan superado algunos obstáculos fuera.

Salamandra, en las estanterías de una librería, brilla por sus elegantes ediciones, por su corrección y por las historias que aguardan entre lomos. Sus ilustraciones de cubierta han mejorado mucho con el paso de los años y también la calidad de sus traducciones. ¿Pero acaso todo su trabajo es sinónimo de buen hacer? Lamentablemente no, pues donde falla terriblemente es en la relación con sus lectores. La editorial no está presente en ninguna red social, cosa que descoloca y sorprende, dado que su línea de publicaciones juveniles necesita conectar más con los adolescentes que con los prescriptores. Salamandra tiene muy buenos contactos en los medios de comunicación tradicionales, pero ¿y qué hay de Internet? Ni siquiera su página web está a la altura de los avances actuales; está desfasada, como su actitud frente al lector joven.

Esta mala relación con sus lectores adolescentes también ha venido marcada por decisiones polémicas. Los lectores de Harry Potter se quejaron durante años del tiempo que la editorial se tomaba para traducir al castellano cada nueva entrega de la serie (hasta siete meses). Los seguidores de Georgia Nicolson llevan años esperando la décima y última parte de sus diarios. Y en la actualidad, con varias series recién abiertas, los lectores temen invertir su dinero en una historia que probablemente no puedan terminar. Desconozco las ventas de estos libros, y también los procesos internos que atraviesa la editorial desde la recepción del manuscrito hasta la publicación en castellano, pero lo que es evidente es que un lector descontento es dinero perdido, y precisamente por eso Salamandra debería comenzar a preocuparse un poco por quienes la sostienen. O al menos, que es lo que a mí me interesa, por quienes sostienen su línea juvenil.

La relación directa con el lector, sin intermediarios, es un pilar fundamental hoy en día para una editorial. Pero obviamente no lo es todo, y en estos tiempos de exceso de novedades en literatura juvenil, de búsquedas desesperadas de grandes fenómenos, se agradece contar con Salamandra, la eterna discreta, siempre ofreciendo poco y bueno, recordando al resto qué es una buena historia y qué es la literatura juvenil.

Gracias, Salamandra, y a mejorar.

Por Óscar Luis Mencía