Los libros de Lahoz

19 de agosto. Es verano. Me gusta bajar a la playa, tumbarme en la toalla, cerrar los ojos y escuchar el rumor del mar. Así, con la suficiente serenidad para distanciarme de todo lo demás: risas, palas y pelotas al borde del agua, griterío…


Solo así puedo atender a su murmullo y saber si está en calma, si lo mece la brisa, si sube la marea…


Igualmente, cuando leo un libro –sobre todo, si me gusta–, llega un momento en que necesito distanciarme del argumento. Decir “basta” al devenir de la acción, para alejarme, y reposadamente escuchar lo que me dicen las palabras: el rumor del libro, su música, su ir y venir.


Considero que no es escritor el que inventa historias exclusivamente, sino el que, además, les da forma, las modela como el artesano el barro.


El verano me ha permitido saborear una novela de Use Lahoz, La estación perdida. Entre las muchas curiosidades de este libro, me he encontrado en sus páginas, así como de pasada, a Jenaro Baldrich y a su empresa –Sandro Carnelli–, los dos pilares en torno a los que giraba Los Baldrich, la primera novela que leí de Lahoz.


Saborear es justo la palabra… Un argumento interesante, por supuesto, el que encadena la vida de Santiago Cádiar, un pobre hombre que nace en un pueblo de Aragón que ni siquiera viene en los mapas, pasa por Zaragoza, Barcelona, y acaba sin saber muy bien por qué emigrando a Uruguay. Un hombre que se empeña en buscar sus raíces en el ancho mundo cuando estas están en su casa y en su aldea. Una personalidad complicada la de ese protagonista: un ser bueno, trabajador, y al mismo tiempo, un bala perdida, un insensato al que lo mejor que se le puede decir es que es una “Antoñita la fantástica” en toda regla. Apuntalado de principio a fin por una mujer, Candela, que, sabedora de todas sus imperfecciones, no tiene más remedio que mantenerse firme y a su lado porque él, pese a todo, es el hombre de su vida. ¿Es una historia que suena a conocida? Puede ser… Muchas historias pueden ser similares, pero la forma de contarlas siempre es distinta. Y aquí es donde entra la palabra saborear con toda razón de ser, porque el autor me ha obligado a releer, a subrayar determinadas frases, a leer en voz alta párrafos enteros para reflexionar, para sentir la música del libro, para percibir con un nudo en la garganta un destello de emoción. Así que ahí estaba el pulso narrativo del autor, que, con sus comentarios irónicos, sus descripciones, sus flashes poéticos, me llevaba de la España profunda de la posguerra a los años sesenta, de la transición al destape, a la democracia… En fin, a la madurez de un personaje que apenas cambia, porque sigue siendo el mismo niño infeliz de sus comienzos. ¿Influencias? Posiblemente, pero bienvenidas sean si un autor consigue escribir un libro así. Delibes, Cela, Almodóvar, Mendoza, sí, pero por encima de ellos Lahoz, un autor asentadísimo a pesar de su juventud.


Cuando acabé las más de quinientas páginas del segundo libro de Use Lahoz que leía, y lo hice con el mismo buen gusto de boca que la primera vez, me pudo la curiosidad. Sabía que el autor había hecho también una incursión en la literatura juvenil. ¿Cómo sería esa novela titulada Volverán a por mí, escrita a dos manos con Josan Hatero, con la que ambos obtuvieron el Premio La Galera Jóvenes Lectores 2011? Un premio, además, en el que participan activamente, como miembros del jurado, los lectores adolescentes. Así que no me quedó otra que hacerme con un ejemplar y leerlo también. Sin duda era un experimento, trataba de encontrar los párrafos que pertenecían a uno y a otro autor, y trataba, por encima de todo, de escudriñar la obra casi con lupa y entrever en esa novela de género fantástico, ambientada en un internado demoníaco que pretende enderezar personalidades rebeldes, al Lahoz de La estación perdida. ¿Lo conseguí? Pues… en el libro hay varias voces narrativas y primero pensé que los autores se las habrían repartido. ¿Quién sería Greco y quién Iris? ¿Quién sería Giulietta y quién John Stewart? Misterio… Confieso que siempre me han producido admiración los autores capaces de escribir un libro a dos bandas. ¿Cómo logran ponerse de acuerdo? ¿Cómo aceptan lo del otro por encima de lo suyo? Los veo en mi mente trabajar como los guionistas de las series, conversando mucho, enriqueciendo las ideas a base de puestas en común… Hasta ahí todo va bien, pero luego, cuando llega la hora de escribir, ¿qué sucede? ¿Qué estrategia siguen para llegar al consenso? En cualquier caso, mi experimento no funcionó, por lo menos no del todo, porque tanto el argumento como la forma están tan bien trabados que no supe distinguir a Lahoz de Hatero. Pero sí confirmé que los escritores, cuando escriben para adultos, escriben sobre todo para sí mismos. Sin embargo, si lo hacen para jóvenes, tienen más presentes a sus destinatarios, y también que desbrozan y pulen, quitan todo lo innecesario, desnudan las frases hasta ir a lo esencial. Y eso también es un estilo. Y finalmente me encontré con una protagonista fuerte que se sacrifica por su chico, como la Candela de La estación perdida, y también con una serie de frases, no sé si de Hatero, de Lahoz, o de ambos, que se instalaron en mí y me hicieron meditar. Chispazos como las dos últimas frases del libro: “Porque sé que los monstruos existen. Y también sé que, antes o después, volverán a por mí”, una frase que indefectiblemente me llevó al pobre Santiago Cádiar y a los monstruos que, por más años que va cumpliendo, no puede quitarse de encima. Ojalá los adolescentes hagan el viaje inverso al mío, vayan de Volverán a por mí a Los Baldrich y, de estos, en su momento, a La estación perdida. Al fin y al cabo, esa es una de las responsabilidades de los autores que escriben para jóvenes: provocarles la suficiente curiosidad y el suficiente interés para que vayan subiendo peldaños.