La rama bélica

La guerra es un tema tan recurrente en la literatura juvenil que se puede considerar un género con nombre propio: la rama bélica. A menudo estos libros tienen fama de ser aburridos y repetitivos, poco atractivos para el joven lector; sin embargo, en la práctica todo depende de la habilidad del escritor a la hora de abordar la trama. Cuando una historia está bien contada, no importa que hable de un conflicto armado o de la relación azucarada de una pareja adolescente: el público la disfrutará igualmente, aunque para que se acerque a ella antes deberá superar sus prejuicios.

La guerra en la literatura juvenil

Lo primero que suele venir a la mente al pensar en la guerra es una escena en el campo de batalla, con armas, muertos y destrucción. No obstante, en realidad el género bélico abarca mucho más: desde la situación de los civiles que no luchan pero sufren las consecuencias del combate a los refugiados en otros países, sin olvidar las reuniones clandestinas y la posguerra, entre otras cuestiones.

Al final, lo que importa es que estas novelas giran alrededor de personas, sentimientos y vidas al límite. De hecho, la ambientación en un momento tan complicado tiene una ventaja importante: el escenario provoca que los seres humanos tomen decisiones valientes y se guíen por impulsos, una actitud que tal vez no se permitirían durante una apacible época de paz. Para deleitarse con una obra de estas características no hace falta ser un fanático de los relatos sobre guerras, ¿verdad?

Además, no hay que olvidar el gran mensaje que transmiten estos libros: no hay buenos ni malos, en la guerra todos son víctimas. Asimismo, se da bastante peso a los valores de amistad y generosidad, tan importantes en tiempos difíciles, y a la reflexión sobre lo que de verdad importa en detrimento de las necesidades superfluas. Sin ir más lejos, con la crisis actual resulta interesante acercarse a la literatura sobre periodos de guerra para tomar conciencia de que se han vivido experiencias peores y aun así la gente fue capaz de salir adelante.

En cualquier caso, el propósito de este reportaje no es destacar el lado moralista del género (más que conocido por todos), sino transmitir la idea de que con la rama bélica no solo se aprende, sino que también se puede pasar un rato entretenido, entre otras cosas por la gran cantidad de vertientes que abarca. En los siguientes apartados se analizan cuatro bloques temáticos con propuestas de lectura para quien desee ahondar más en el tema.

Con sabor español

Por su proximidad en el espacio y el tiempo, la Guerra Civil Española sigue muy presente en la literatura. Eso sí, no se trata de meras historias sobre vencedores y vencidos, sino que abordan aspectos del conflicto poco conocidos o, al menos, con un planteamiento más rico que permite tratar diversos asuntos.

Por ejemplo, Tristes armas, de Marina Mayoral, habla de dos hermanas refugiadas en Rusia porque sus padres, republicanos, decidieron enviarlas allí para alejarlas de los peligros. Las niñas deben aprender a vivir lejos de su familia y de su tierra, una perspectiva humana y cercana con la que el lector conecta enseguida. Otra buena opción es El diablo en Madrid, de Carlos Fortea, una novela ambientada en el Madrid de la posguerra, con reuniones clandestinas, personajes con mucho que esconder y, en definitiva, unas heridas políticas que siguen muy presentes.

Una mención aparte merece Los niños de la guerra, una recopilación publicada por Josefina Aldecoa que comprende relatos breves y fragmentos de obras de grandes autores que vivieron en primera persona la contienda. Entre los escritores que aparecen en la antología hay nombres como Carmen Martín Gaite, Juan Benet y Ana María Matute.

Europa en llamas

Pero no todo es el territorio español: más allá de nuestras fronteras las guerras en la Europa de la primera mitad del siglo XX marcaron un antes y un después en el curso de la Historia, por lo que sigue siendo un marco muy empleado para narrar tramas que no dejan de sorprender por su capacidad para reinventarse y buscar nuevas vertientes del tema.

De la Segunda Guerra Mundial hay clásicos como El diario de Ana Frank, las terribles vivencias de una niña escondida junto a su familia durante el dominio nazi; y Cuando Hitler robó el conejo rosa, de Judith Kerr, la historia novelada de cuando la autora tuvo que marcharse de su país junto a los suyos y adaptarse a un nuevo lugar. En otras palabras: dos ejemplos de infancias robadas.

También hay éxitos de ventas de los últimos años, como La ladrona de libros, de Markus Zusak, que narra el día a día de los alemanes durante los bombardeos, con la particularidad de estar escrito desde la perspectiva de la Muerte en persona; y El niño con el pijama de rayas, de John Boyne, un cuento con un bonito mensaje que habla de la curiosa amistad entre el hijo de un oficial nazi y un muchacho que se encuentra en el campo de concentración.

Aun así, la oferta va mucho más allá de los títulos populares. Sin ir más lejos, el último ganador del Premio Gran Angular plasma en forma de textos breves diversas historias sobre el conflicto con el denominador común de estar protagonizadas por niños y jóvenes. Se trata de El festín de la muerte, de Jesús Díez de Palma, que además tiene el atractivo de abarcar la guerra desde el principio hasta el final.

Por otro lado, Mi vida ahora, de Meg Rosoff, habla de cómo se tuercen las cosas para una adolescente que esperaba pasar el mejor verano de su vida en Inglaterra y de repente ve cómo las bombas arruinan su felicidad. La novela invita a reflexionar acerca de la fragilidad de nuestra existencia y la capacidad del ser humano para aprender a sobrevivir en unas circunstancias complicadas.

Cambiando de tercio, aunque la Segunda Guerra Mundial llena las estanterías de las librerías, durante el siglo pasado hubo otra refriega muy importante: la Primera Guerra Mundial (también llamada la Gran Guerra), de la que se habla en Un destino por descubrir, de Clare Vanderpool. A pesar de que la historia se desarrolla en un pueblo tranquilo de Estados Unidos, uno de los personajes es enviado al frente en Europa, y las cartas que intercambia con su amigo permiten tomar conciencia del horror que está viendo con sus propios ojos.

Asimismo, La noche en que Vlado se fue, de Manuel Quinto, y Diario en un campo de barro, de Ricardo Gómez, reflejan varios aspectos de la Guerra de los Balcanes, acontecida en el sureste de Europa entre los años 1912 y 1913. Por ejemplo, la segunda gira alrededor de una adolescente que vive en un campo de refugiados, con lo que se plasma el ambiente y el día a día en aquel lugar.

Por último, la Guerra de Kosovo que tuvo lugar en los noventa tiene su representación en la literatura juvenil con libros como Rosas negras en Kosovo, de Jesús Cortés, sobre los refugiados: un ex combatiente y una hija de granjeros deben hacer frente al éxodo en un viaje que, a pesar del dolor que supone la huida, consigue transmitir un mensaje de esperanza.

Conflictos bélicos en otros continentes

Todavía queda un bloque importante: el de las guerras que tal vez no nos tocan tan de cerca pero son igual o más espeluznantes, sobre todo porque algunas todavía duran y por eso resulta vital que se escriba sobre ellas. Mirar hacia otro lado solo conduce a la ignorancia, y enseñar a los adolescentes mediante una trama amena que les entretenga seguro que es mucho más eficaz que hacerlo con artículos periodísticos o textos enciclopédicos.

En este sentido, Las piedras que hablan, de Ghazi Abdel-Qadir, y Antes de despedirnos, de Gabriella Ambrosio, resultan interesantes para acercar al joven lector al conflicto israelí-palestino que tanta sangre ha derramado. El primero se centra en un niño que cree en la paz y el respeto entre las tres religiones (judía, musulmana y cristiana), mientras que el segundo se inspira en un hecho real en el que dos chicas de la misma edad murieron en un atentado provocado por una de ellas.

Por otra parte, El pan de la guerra, de Deborah Ellis, se sitúa en Afganistán en el periodo del gobierno talibán. Su protagonista es una niña de once años que se viste de chico para poder trabajar y ayudar a su familia (las mujeres tienen prohibido ganar dinero), pero pronto las cosas se complican porque los suyos están atrapados en una ciudad que ha caído en manos de los talibanes. La muchacha debe intentar reunirse con ellos.

Otro conflicto reciente en Asia es la Guerra del Golfo, que enfrentó a una coalición encabezada por Estados Unidos contra Irak a principios de los años noventa. La obra Cielo negro sobre Kuwait, de Robert Westall, trata el tema a partir de un joven con una sensibilidad especial que cuando estalla la contienda se transforma y adopta una actitud extraña que sorprende a todos los de su alrededor.

Cambiando de continente, la Guerra Civil de Sierra Leona dejó unas secuelas que se aprecian en Un balón por una bala, de Rafael Salmerón, una impactante historia en la que un hombre regresa a su país después de triunfar como futbolista con el deseo de enseñar a jugar al fútbol a los niños de allí. Sin embargo, la realidad le conmociona: su tierra no es la misma que dejó atrás.

También hay un lugar para los conflictos de Lationamérica. Por ejemplo, Huye de mí, rubio, de Óscar Esquivias, sobre un chico que se va de vacaciones a un país centroamericano y acaba en medio de una guerrilla. El célebre Jordi Sierra i Fabra ha escrito sobre el tema en Donde el viento da la vuelta, que narra la historia de un niño guerrillero en la selva guatemalteca, y en Un hombre con un tenedor en tierra de solapas, en el corazón de la Selva Lacandona (México).

Asimismo, vale la pena mencionar La memoria de los seres perdidos, también de Jordi Sierra i Fabra, el conmovedor episodio de las personas desaparecidas en la Argentina durante la Dictadura Militar, que está considerada el gobierno más sangriento de la historia de este país por el Terrorismo de Estado y las numerosas violaciones de los derechos humanos que se llevaron a cabo durante esta época.

Para terminar, hay novelas sobre guerras ficticias o no identificadas de forma explícita que bien podrían ser reales. Este es el caso de Johnny el sembrador, de Francesco d’Adamo, sobre un personaje que regresa de la guerra y explica los horrores que ha presenciado; y En un lugar llamado guerra, de Jordi Sierra i Fabra, que recrea una curiosa amistad entre un periodista enviado a un conflicto y un niño de la zona.

Guerras fuera del realismo

No deja de ser curioso que en general se tenga el convencimiento de que la literatura fantástica atrae más a los adolescentes mientras que el género bélico les provoca rechazo. En realidad, la fantasía y la ciencia ficción también tienen sus guerras, y en ocasiones están narradas con tal minuciosidad que impactan tanto o más que las basadas en hechos reales.

Un ejemplo conocido por todos es Sinsajo, la última parte de la aclamada trilogía de Suzanne Collins. El propósito de la autora con esta obra fue que los adolescentes supieran qué es un conflicto armado, y para ello se inspiró en lo que le había contado su padre, oficial del ejército estadounidense. Por mucho que las avanzadas armas sean producto de su imaginación, el trasfondo y los costes de la lucha se asemejan a los que aparecen en el telediario.

Del mismo modo, Mañana, cuando la guerra empiece, de John Marsden, se sitúa en un pueblo imaginario de Australia en pleno siglo XXI. Un grupo de amigos se ve inmerso de pronto en una contienda y debe tratar de derrotar a un enemigo del que desconoce la identidad.

Todo ello, sin olvidar las eternas disputas entre ángeles y demonios de la literatura fantástica. A veces no son más que un telón de fondo, como sucede en Dos velas para el diablo, de Laura Gallego, donde la trama principal gira alrededor de la relación entre dos jóvenes; mientras que otros dejan caer alguna escena que muestra la destrucción y la muerte provocadas por la batalla, como las que sufren las quimeras de Hija de humo y hueso, de Laini Taylor.

La moraleja

El mensaje final de las novelas del género bélico suele ser una defensa apasionada de la paz y la necesidad de que los seres humanos lleguen a un entendimiento sin necesidad de usar la violencia. Una gran lección, sin duda, aunque para poner fin a este reportaje hay que añadir otra idea: los libros sobre guerras no solo sirven para aprender, sino para proporcionar una buena experiencia lectora. ¿Para qué se lee, si no para disfrutar?