Escrivive

Decía Corín Tellado que muchos de los que trataban de imitar sus novelas escribían mejor que ella. Inundaban su propia editorial, incluso tenían calidad, pero no eran publicadas, o si eran publicadas luego no se vendían.

Coincidimos una vez en una entrevista telefónica en Radio Nacional, y su explicación del fenómeno me impresionó ya para siempre:

–Eran mejores que mis libros, pero no estaban escritos desde el corazón. No se daban cuenta de que fingían, mientras que yo veo el mundo, el amor, la vida, de esa manera. Mis “novelitas rosas” son auténticas.  Y los lectores se daban cuenta, y elegían, me elegían. Elegían lo auténtico.

Esa es la diferencia entre escribir por cálculo y escribir por convicción. Entre escribir y “escrivivir”. Sin duda es posible escribir por cálculo y triunfar, y hay cientos de ejemplos magníficos. Incluso obras de encargo han sido luego libros casi canónicos. Y al contrario, muchos libros escritos desde el corazón, desde la autenticidad, son muy malos. No quiero hablar de eso en realidad, sino del inmenso gozo que supone vivir lo que se escribe, y sobre todo de la necesidad que el hombre tiene de que eso suceda.

He defendido en el pasado que la opción de la lectura es personal, y ni siquiera imprescindible. Se puede gozar de una vida plena y útil sin siquiera leer un libro, y las culturas más pegadas a la naturaleza atesoran miles de ejemplos al respecto. Ahora ya no. Ahora, en plena crisis de pensamiento, cuando los grandes cerebros pacen en las multinacionales o sobreviven como pueden en el naufragio de una civilización sin referentes, creo más que nunca que el rumbo está escondido en la novela. Ahora es cuando creo más importante leer narración en busca de lo sustancial.

Por eso, hay que potenciar la escritura, y hay que potenciarla desde la verdad de cada uno. En la novela está el caos, una especie de caos primigenio del que puede salir la primera célula de una nueva cultura. Pero si la literatura nace del cálculo, de la fórmula o la receta ya previamente probada, el avance es imposible, es un constante caminar en círculos.

Escribir con autenticidad es internarse en lo más profundo y aún desconocido del ser humano. Por ejemplo, en su relación con la naturaleza, o en el verdadero sentido de la Ciencia. Enseñar la historia de la literatura en colegios e institutos es enseñar lo que ya sabemos, y que ha conducido a este inmenso atasco de pensamiento que estamos viviendo. La enseñanza de la literatura debe ser, más que nunca, la enseñanza de la creación, la busca de la potencia oculta en cada ser humano. Enseñar literatura tiene que ser invitar a escribir lo que todavía no sabemos, a formular las preguntas para las que no tenemos aún las respuestas. Y no con grandes planteamientos filosóficos para los que un adolescente no está preparado, sino con el misterio profundo de las pequeñas cosas. De las cosas aparentemente insignificantes.

Escribir no es solo novela o cuento. Escribir, en estos tiempos, es también hacer cine con un teléfono móvil, es hacer el guión o el dibujo de una novela gráfica, es la letra de una canción, de un rap. Creo que hay más pensamiento en los márgenes de la escuela que en la escuela misma. Por eso creo también que la búsqueda de nuevas líneas de pensamiento pasa necesariamente por ensanchar el círculo de la escuela y el instituto, por que seamos capaces de rescatar para el aula lo que sucede fuera. Prolongar el radio del aula hasta abarcar en ella el alma de los alumnos. Invitarles y enseñarles a compartir la radicalidad adolescente, la crítica absoluta que subyace en su pensamiento hacia el mundo adulto, para encontrar soluciones compartibles.

Y no por necesidad académica, sino por necesidad vital. Porque es maravilloso “escrivivir”, como tantas veces hemos dicho que lo es leer. El viejo tópico de que el lector vive miles de vidas antes de morir no tiene mucho sentido si seguimos leyendo las vidas que ya fueron creadas, hasta el infinito y hasta la náusea.

Si un adolescente me leyera ahora le diría: te necesito. Escribe para vivir, haz que tus personajes hablen para hacerte oír, describe el mal que conoces y el que temes para que juntos podamos saber cómo hacerle frente, cómo hacer que la vida tenga sentido. Es decir: recrea el mundo, recrea la vida, márcanos un nuevo mapa para compartir tu indignación por cinco minutos de telediario, un nuevo itinerario para ir a comprar el pan de cada día, una nueva forma de entender mejor el amor o la amistad. Escrivive.