El fracaso de El señor de las moscas

Con este artículo cierro la trilogía de “clásicos juveniles que fracasaron en su tiempo”. Antes he hablado de cómo El señor de los anillos y El guardián entre el centeno no empezaron precisamente con buen pie, y ahora le toca el turno al clásico de moda: El señor de las moscas, la terrible historia de cómo un grupo de niños perdidos en una isla desierta termina por convertirse en una banda de salvajes sanguinarios ajenos a toda idea de civilización.


Debido a la reciente proliferación del género distópico, empezando por Los juegos del hambre y siguiendo con Olvidados, Mañana y Diferente, los planteamientos tipo “sociedad-sin-adultos-que-saca-lo-peor-del-ser-humano” están a la orden del día. El señor de las moscas, publicada en 1955, es la precursora indiscutible de todos ellos y es habitualmente citada en las sinopsis y material publicitario para explicar de qué trata tal o cual obra. Es lectura obligada en muchos institutos patrios y extranjeros, y no cabe duda de que es todo un clásico de la literatura.


Todos sabéis qué es lo que viene ahora, ¿verdad? ¿Cuántas copias creéis que vendió la obra magna de William Golding antes de que dejase de imprimirse? Tres mil. Y agradecido tuvo que estar el autor de poder ver su obra en la imprenta, porque antes de su publicación más de veinte editoriales de la época rechazaron el libro debido a su crudeza y violencia. Si creéis que Los juegos del hambre es sangriento y ofensivo, imaginaos lo que significó este libro en la década de los cincuenta. En un panorama literario mucho más ingenuo y sensible que el actual, la idea de unos niños de doce años persiguiéndose entre sí para clavar sus cabezas en estacas no sentó demasiado bien. La crítica se cebó con Golding, no sólo por la sangre sino por la más bien sencilla prosa que empleaba, y el público demostró poco interés.


Todos sabéis qué es lo que viene ahora, ¿verdad?

Los años sesenta llegaron y el libro volvió a imprimirse, y se convirtió en un súper ventas, y más tarde llegó el premio Nobel de Literatura para el señor Golding, que acabó siendo nombrado caballero por la Reina de Inglaterra. Por si la cantidad de genialidad que contiene la frase anterior no fuera suficiente, me permito recordar la enorme importancia que tuvo El señor de las moscas para la literatura universal. Ya he dicho antes que El señor de los anillos es relevante sólo como fundador de un género y que El guardián entre el centeno ha envejecido bastante mal; la obra magna de William Golding, en cambio, es perfecta en su sencilla intemporalidad, y es por eso que he decidido dejarla para el final de esta trilogía de clásicos fracasados. Porque se lo merece.


Se lo merece porque este es el libro definitivo acerca de una sociedad que se va a tomar por el saco. Se lo merece porque es el libro de referencia para cualquier pieza de ficción que pretenda hablar de la naturaleza humana; como 1984 es la referencia de las novelas que hablan de regímenes autoritarios. Se lo merece porque su prosa simple y bien trazada no deja fuera a ningún lector. Porque es un libro que tiene la profundidad que uno quiere que tenga. Es una obra maestra, y lo que es más importante: es un arquetipo. Un modelo que seguir que perdurará durante años y años.


Pues eso es lo que estos tres clásicos fracasados son, en última instancia: novelas que marcaron época y sobre todo tendencia; modelos que imitar que casi por sí solos generaron toda una corriente literaria y marcaron la cultura popular hasta el día de hoy.Obras que fracasaron únicamente porque el mundo aún no estaba preparado para ellas.


Al igual que ocurre con El guardián entre el centeno, puede que muchos nuevos lectores queden decepcionados con la aparente sencillez de este libro y piensen que obras como Los juegos del hambre son claramente superiores en profundidad, ritmo y contenido. Esto, evidentemente, es un error: sin desmerecer a ninguno de los recién llegados (cada uno de los cuales tiene su propio valor acorde con la época en la que se escribieron), debo decir que todos se deben a Golding. Todos y cada uno de ellos, consciente o inconscientemente, siguen el camino marcado por esta novelita. Así de grande es El señor de las moscas y así de importante es el legado que nos dejó su autor. Viva y bravo, pues, a Sir William Golding.


Por Guillermo García Lapresa