Apostar por la calidad

Siempre he sentido curiosidad por conocer las directrices que siguen las editoriales a la hora de decidir cuánta promoción dan a cada lanzamiento. No soy de las que piensan que apuestan por lo que está de moda con el fin de enriquecerse fácilmente: si esos libros funcionan, también es porque los lectores los compran. Por mucho que nos quejemos de que siempre se publica lo mismo, una parte de su público potencial está encantada con ello. Sin ir más lejos, puedo aportar el dato de que en mi blog me han pedido recomendaciones de sagas parecidas a Crepúsculo, Cazadores de sombras y Los juegos del hambre; en cambio, nunca me han preguntado por las novelas de nuestro ranking, mucho menos populares.


¿Malos editores o lectores conformistas? Lo único que tengo claro es que en este embrollo la publicidad juega un papel fundamental. Un buen anuncio puede despertarnos el interés por un producto del que de otra forma no sabríamos nada, del mismo modo que una cubierta acertada hace milagros a la hora de llamar la atención de los lectores. En este sentido, todos somos muy manipulables. Me encantaría saber qué ocurriría si se dedicara una campaña de promoción potente a una novela diferente a lo que se ha publicado en los últimos años. Porque ahí está el problema: libros buenos y distintos hay, pero no solo basta con que estén, sino que hay que conseguir que el lector sepa que existen.


Analicemos por ejemplo el caso de Ediciones SM: en su catálogo hay historias excelentes e innovadoras como Pomelo y limón, En el corazón del sueño y El lazo rojo; sin embargo, los grandes lanzamientos se los han llevado Donde los árboles cantan, Delirium y Esta noche no hay luna llena, que según nuestro equipo no están a la altura de las primeras. Del mismo modo, la editorial Molino, tras arrasar con Los juegos del hambre, da mucho bombo a Divergente, Olvidados y otras distopías que pretenden igualar el éxito anterior; aun así, en su colección todavía tienen cabida las deliciosas Cuaderno para dos y Un destino por descubrir, cuyos temas se alejan por completo de lo que se puede considerar “de moda”.


¿Qué habría pasado si en lugar del Reto Delirium (una campaña online para que los blogueros leyeran este libro) hubiéramos tenido un Reto Lazo rojo? ¿Y si en lugar de bombardear las redes sociales con Divergente por aquí y por allá nos hubieran hablado del moleskine rojo de Un cuaderno para dos? Quizá habrían triunfado, quizá no. Solo hay una cosa segura: los lectores se habrían familiarizado con sus títulos, cubiertas y sinopsis, así que al menos los conocerían un poco más que ahora.


Tampoco quiero que esto se convierta en un ataque a las editoriales: comprendo que no pueden lanzarse a publicar a ciegas porque todo conlleva unos riesgos y el presupuesto no es infinito. Sin embargo, los lectores sí podemos hacer algo, como recomendar una y otra vez los libros que nos han gustado, y correr la voz para que otros los disfruten y, con un poco de suerte, también los den a conocer. Nuestras armas son más limitadas, pero tenemos credibilidad, y, quién sabe, tal vez comprobar que la calidad puede ir unida a la comercialidad anime a los profesionales del sector a cambiar de rumbo.