Dulcinea y el caballero dormido

Hoy os voy a contar un cuento: la historia de cómo llegué a conocer a Dulcinea muchos años después de haber leído El Quijote y de los sucesos maravillosos que acontecieron después de ese encuentro.


Hacía tiempo que trabajaba como profesora de Lengua y Literatura y no conseguía hacer que mis alumnos, una clase con una profunda animadversión hacia la lectura, conectaran con Don Quijote. Lo había intentado todo y todo me había fallado. Una tarde de abril de 2005 entré en la Fnac y allí estaba la solución: Dulcinea y el caballero dormido. Lo leí esa misma noche y me encantó. Era un cuento bellísimo en el que su protagonista, una Dulcinea octogenaria, rememoraba su historia de amor con El Caballero de la Triste Figura. Al día siguiente entré en el aula y dije: "Os presento al gran amor de Don Alonso Quijano, Dulcinea del Toboso". Les dejé el libro para que le echaran un vistazo y lo que más les gustó fue que el ejemplar solamente tenía 94 páginas –"¡y lleva dibujos!", dijo alguien–. Vale, ya sé que no fue el mejor de los recibimientos, pero algo me decía que Dulcinea me echaría una mano en esta misión imposible.


Conforme íbamos leyendo, recuerdo que sucedió algo extraordinario: los chicos estaban tan absortos en la historia que cuando terminamos el último capítulo se hizo un silencio sobrecogedor. No es fácil que una historia guste a toda una clase, pero a veces pasan cosas increíbles: esa vez fue la primera y yo tuve la suerte de estar allí y poder disfrutar ese momento. Desde aquel día, cada 23 de abril la Dulcinea de Gustavo Martín Garzo entra conmigo al aula y me ayuda a explicar un tema tan difícil de hacerse querer como es el de El Quijote. Y digo que me ayuda porque nadie mejor que ella puede contar su historia. Yo me limito a ponerle voz a esta doncella universal y desconocida. Sí, desconocida porque no solo es una campesina que da de comer a los cochinos. Es, entre otras muchas cosas, alguien que aprende a leer solamente para saber de las aventuras de su caballero. No encontraréis en el libro de Cervantes las dos ocasiones en las que Don Quijote y ella se vieron, pero si leéis Dulcinea y el caballero dormido estaréis conmigo en que la historia de El Quijote queda más bonita, si cabe, contada por esta muchacha de El Toboso.


Como todo buen cuento, os he dejado lo mejor para el final: la segunda cosa increíble pasó hace unos cuatro años. Ya no trabajaba en ese instituto y hacía mucho que no sabía nada de aquellos alumnos. Una mañana, en mi nuevo colegio, recibí un paquete a mi nombre. Dentro había un ejemplar de Dulcinea y el caballero dormido con una cartita en la que se podía leer: "Aunque han pasado muchos años, seguimos acordándonos de este libro. Gracias, profe, por presentarnos a Dulcinea. Ahora que hemos terminado segundo de Bachillerato empieza lo duro, pero tranquila, que vamos a saber luchar como tu Don Quijote. Si alguna vez hablas con su autor –con Cervantes no, que ya sabemos que murió hace mucho; con el del cuento de Dulcinea–, dile que es un máquina. Tu ex clase de tercero A."


Nunca, después de leer esa carta, me he sentido tan cerca de Dulcinea y su Caballero Dormido. Y no, no tengo la suerte de conocer a Gustavo Martín Garzo, pero si alguna vez coincidiera con él, haría como Don Quijote: hablar maravillas de mi Dulcinea, que en este caso son mis alumnos.