Crítica de la película de Los juegos del hambre

Hace tiempo Lenny Kravitz (Cinna en la película) dijo en su Twitter: “Jennifer, tú eres Los juegos del hambre”. Y tenía más razón que un santo. Ahora, cuando veo los carteles de la cinta protagonizando las vallas publicitarias del Metro y las marquesinas de los autobuses, veo algo más que la cara de Katniss apuntándome con esa flecha dorada. Veo algo más que la foto de una chica con cara de circunstancias. Veo un personaje sólido en la pantalla, humano, de carne y hueso y curvas, con una puntería letal y una voluntad férrea, con muchísimo miedo por lo que pueda ser de los suyos y con graves problemas sociales. En la Katniss de la película (la actriz Jennifer Lawrence) he visto a la Katniss de los libros de Suzanne Collins. Y Peeta, Cinna, Effie, Haymitch, Rue, Cato, Seneca, el Presidente Snow y los demás no se han quedado cortos, precisamente.


Un futuro postapocalíptico, doce distritos, un gobierno tiránico emplazado en El Capitolio y un programa de televisión, “Los juegos del hambre”, que retransmite cada año en directo una masacre entre niños y adolescentes.  En este primer capítulo de la saga nos encontramos con la familia de Katniss Everdeen, que aterrada se prepara para la Cosecha, ese día del año en el que El Capitolio escoge a un chico y una chica de cada distrito para que sirvan como tributos de Los juegos del hambre. Veinticuatro chicas y chicos de doce a dieciocho años que tendrán que matarse entre ellos porque sólo puede quedar uno. Las probabilidades de que Prim, la hermana pequeña de Katniss, sea elegida son ínfimas… pero sucede, y Katniss, sabiendo que Prim no durará ni un segundo en esa guerra, se presenta voluntaria como tributo. ¡Que empiecen los septuagésimo cuartos juegos del hambre!


Reconozco que mi visión es absolutamente parcial porque soy una fan confesa de la trilogía de Los juegos del hambre… pero no puedo hacer otra cosa que contaros que sí, que la película me ha gustado. Muchísimo. Me ha parecido emocionante, sobrecogedora y adictiva. Desde que en el cine se apagaron las luces hasta que volvieron a encenderse, mi cara era un poema: sonrisa expectante, ojos brillantes, corazón revolucionado y cuerpo burbujeante.


La adaptación es más que digna porque es realmente fiel al libro, está bien hecha (no en vano cuenta con grandes profesionales a sus espaldas: Gary Ross dirige, James Newton Howard pone la música…) y respeta la inteligencia de su público. No salen algunos personajes secundarios, se obvian algunas subtramas, se altera el orden de algunas escenas (aunque el orden de los factores no altera el producto), no existe el monólogo interior del libro y se relajan los niveles de violencia. Pero es que, tributos, hay que tener en cuenta que los códigos con los que se trabaja en literatura no son los mismos que se manejan en el cine, que adaptar el libro fielmente –¡al dedillo!– habría sido desastroso. Además, si la cinta hubiera sido más agresiva de lo que es, muchos jóvenes espectadores se habrían quedado sin verla (por no hablar del daño que eso hubiera hecho a la taquilla). Bastante literal es ya la película y bastantes críticas se está llevando por eso. Que si es lenta, que si no muestra tanta sangre como se esperaba, que si ofrece demasiados elementos del libro, que si patatín y patatán… Personalmente, como adaptación me ha parecido espectacular, y como película a secas creo que también ha cumplido muy decentemente su papel.


142 minutos de acción, de silencios medidos y un trabajo de sonido brillante, de escenas terribles y sangrientas grabadas con una cámara epiléptica que eleva la locura, de reflexiones sobre el poder del miedo y el de la esperanza, de breves momentos que dan tregua al amor y la amistad, de hermosos (y peligrosos) bosques verdes, de sinsajos que silban una tonadilla que pone los pelos de punta, de personajes que mueren y hacen que se te encoja el corazón, de una tumba improvisada en medio de unos juegos de muerte televisados con una frialdad y frivolidad espantosas, de humanos que viven en burbujas de opulencia y otros que apenas tienen para comer y viven en la más absoluta miseria, de feroz crítica social, de un diseño de vestuario que pone los ojos como platos, de vestidos en llamas que hacen que te agarres fuerte a la butaca con ganas de ponerte a aplaudir, de desmesurados contrastes…


Id a verla. Tenéis que ir a verla. Para disfrutar, para reíros con esas bromas tímidas hechas en medio de la tragedia, para alzar los dedos con el signo de la revolución, para ver en carne y hueso a los personajes, para emocionaros. Id a verla, hoy mismo se estrena. Que la suerte esté siempre, siempre de vuestra parte.