José Luis Martín Vigil: leer es la consigna

José Luis Martín Vigil (Oviedo, 1919) ha sido un pionero de la literatura juvenil en este país. Fue el primero en fijarse en la juventud urbana marginada y darle un papel en la literatura. Sus obras, en plena época franquista, calaron muy hondo entre los más jóvenes y supusieron un auténtico revulsivo social. Hoy se las puede considerar, tal vez, obsoletas si no se conoce el contexto en que fueron escritas.


No obstante, ha sido un autor al que no se le ha prestado mucha atención por considerarlo o demasiado progre, en según qué sectores, o demasiado facha, en otros. Uno nunca acierta. La verdad es que su muerte, ocurrida hace ya casi un año, en febrero de 2011, nos ha pillado desprevenidos, al menos a quien escribe estas líneas.


Hace muchos años, cuando yo era sólo –o ni más ni menos- una joven alumna de BUP le pregunté a mi profesor de literatura por qué no se estudiaba a Martín Vigil en los manuales que seguíamos entonces. Mi profesor no me contestó directamente y sólo me dijo: “Está bien que lo leas. Es un puente que te llevará a otras obras”. Y creo que tuvo razón, porque después de Martín Vigil vinieron tantos y tantos nombres, aunque el de este jesuita, quizá, fue uno de los primeros. Ahora bien, yo no creo que la literatura llamada juvenil sea ningún puente hacia ninguna parte, sino que me parece valiosa por ella misma.


José Luis Martín Vigil escribió sobre temas valientes en una época en que España era timorata, en que nadie se atrevía a decir que hombres y mujeres eran iguales, en que la sola alusión a la homosexualidad era un delito, en que las clases se habían hecho para no cruzarse, en que se callaba más de lo que se decía. Martín Vigil huyó de estas represiones y, de alguna manera, fue libre y escribió como quiso, de esa forma tan directa que tenía, como embelesando al lector, como haciéndolo partícipe de las vidas de sus personajes.


Para que el lector joven no piense que estoy escribiendo sobre algún fósil, baste decir que algunas de sus obras se han reeditado hasta 2006. No son, sin duda, textos con los que uno, en la actualidad, se pueda identificar, al menos en la anécdota que narran, pero sí son testimonios de una época en que el temor a hablar claro era la nota dominante. Martín Vigil pudo haberse equivocado, sin duda, pero se atrevió, y gracias a él multitud de jóvenes de entonces se lanzaron a leer con una fruición nunca vista. Hay quien, incluso, por su manera rápida de escribir lo ha comparado con Galdós o con Baroja. Creo que no son comparables, pero también creo que la posteridad ha sido injusta con este autor.


José Luis Martín tuvo un éxito arrollador, sus obras se vendieron a miles, los lectores lo adoraban… pero el tiempo, que no siempre es clemente, lo silenció y murió en el olvido. Triste final.


Licenciado en Filosofía y Letras, Humanidades Clásicas y Teología, José Luis Martín Vigil se dedicó a la escritura durante más de 40 años. Rebasó los 70 títulos y fue traducido a diversos idiomas, como el italiano, alemán, portugués o francés. Fue premiado también, en su momento, con el “Premio Ciudad de Oviedo” o el “Premio Pérez Galdós”. En 1985 obtuvo el Gran Angular por Habla mi viejo, una obra que muestra el reciclaje que hizo el autor del que se cuenta que también se había introducido en Internet en los últimos tiempos.


Entre sus obras emblemáticas, por citar algunas, está La vida sale al encuentro, que es el buque insignia de su producción, por decirlo de alguna manera. Una chabola en Bilbao nos introduce en las bolsas de marginación de una manera directa y sin aspavientos. Sexta galería, si se me permite personalizar aún más, fue una novela que me leí una Nochevieja de hace más de 30 años; mientras todos brindaban con cava, yo bajaba a una mina y me dolía con estos jóvenes que, procedentes de clases acomodadas, querían mezclarse con “el pueblo”, aunque eso les supusiera romper con sus padres. Otros títulos, que conservo en mi biblioteca, y que circularon de mano en mano en los años 70 y aun los 80, son Primer amor, primer dolor, Un sexo llamado débil y esa otra obra que habla de que la justicia no siempre es justa con los que nada tienen, como es Y ahora qué, señor fiscal.


Leer es un privilegio y quizá un deber en esta época de crisis y cambios locos. Es el refugio para los que aún creen en la palabra, para los que buscan respuestas y para los que no se conforman con la versión oficial. Martín Vigil fue uno de los primeros en darle este sentido a la lectura, de ahí que hoy quiera recordarlo, no de manera nostálgica, que eso suena a ñoño y desfasado, sino como a una persona que quiso escribir para los jóvenes de temas que les interesaban de verdad y con un idioma directo que huía de moralinas trasnochadas.


La lectura que más engancha es aquella que nos conmueve, que nos remueve y nos alza. Y por ahí anda la obra de este autor ovetense que un día tuvo a bien explicarme qué era leer para él. Y con sus palabras, escritas en el año 2002, terminamos o ponemos, mejor, un punto y seguido, porque como Martín Vigil hoy hay muchos autores que creen en la palabra compromiso a la hora de escribir:


“La juventud de hoy está al corriente de los establecimientos donde se despachan hamburguesas, de las tiendas que venden los artículos específicos parta la práctica del deporte favorito, de las boutiques o "plantas jóvenes" de los grandes almacenes en que se exhibe el último grito de la moda. Y bien está que los chicos y las chicas atiendan a su estómago, a sus músculos y a lo que creen que realza su figura. Pero ¿importa, acaso, menos el cerebro?, ¿somos más carne fresca que inteligencia en desarrollo? El estómago fabricará pronto adiposidades excesivas; el músculo perderá tono y la figura –visto y no visto- tendrá poco que resaltar. El cerebro, mientras tanto, convenientemente alimentado, estará en su plenitud durante muchos años y será pieza clave en toda nuestra trayectoria.


Esto supuesto, ¿qué son las bibliotecas? Las bibliotecas son los restaurantes de nuestro cerebro, los establecimientos que nos procuran los materiales para amueblarlo, los locales donde gratuitamente lo realzamos y vestimos. ¿Saben los jóvenes dónde están las bibliotecas?, ¿las valoran?, ¿las frecuentan? De seguro que no tanto como los lugares citados más arriba.


Y, sin embargo, nada hay en el joven tan importante como su cerebro; nada que resista mejor el paso del tiempo; nada en que resida más su identidad a lo largo de los años. Cuando acabe la gracia de la edad, el lustre que da la juventud tú serás tú por tu cerebro, incluso cuando, decrépito –"¡quién te vio y quién te ve!"-, no seas reconocible.


El alimento fundamental de nuestra mente está en los libros y los libros están en las bibliotecas al alcance de cualquiera. Leer es una señal de inteligencia. Todo el saber de las generaciones que nos precedieron ha quedado a nuestra disposición en letra impresa. Acceder o no a él es decisión personal que acaba distinguiendo a los cultos de los necios. Puede que el libro en el escaparate sea caro para el bolsillo joven, pero es gratis en la biblioteca. No hay disculpa, pues, para los perezosos, salvo que nadie les haya enseñado el placer que aporta la lectura sólo con que se tenga el libro adecuado entre las manos.


En este mundo dominado por la imagen y el sonido, adicto a la televisión o el transistor, leer es la consigna. He ahí algo indispensable para todo el que quiera ir por la vida con una mínima cultura”.