Los malos en la literatura juvenil

Si una novela es lo suficientemente buena, siempre te quedas con ganas de saber más acerca de los malos. Me voy a permitir hablar de buenos y malos para ir al grano desde el principio, aunque por si acaso alguien se despista, definamos como “malos” a los personajes que la lían parda, a los que se esfuerzan en amargar la vida a los protagonistas, a los que tienen una necesidad maléfica para desestabilizar cualquier atisbo de concordia colectiva. Acostumbra a pasar que nos cuentan mucho acerca de los buenos: sus razones, orígenes, evolución, amores, desengaños…, pero ¿qué pasa con los sentimientos y las vidas de los malos malosos? Muchas veces, en las grandes historias, la línea que separa a unos y otros puede ser tan fina como turbadora, y si no que se lo pregunten a Harry Potter, uno de los protagonistas que más ha sufrido en primera persona los inquietantes vínculos con su rival innombrable. Y es que lo de Harry era un sinvivir el pobre, siempre con el lord alrededor hurgándole la herida para hacerle caer en el lado oscuro. Al menos, de Voldemort sabemos bastantes cosas, siete libros dan para mucho, incluso para saber cómo era de jovencito, cuando todavía tenía nariz. Pero siempre me pasa que tengo ganas de más dosis de “malura”. Por ejemplo, quien haya leído la trilogía Los Juegos del Hambre (serie de absoluta referencia y de la que me considero algo más que una fan), no me negará que hubiera sido estupendo saber algo más del presidente Snow. Es verdad que Suzanne Collins, con poco, dice mucho acerca de él, pero sería estupendo saber quién comparte la vida con ese perverso dictador, qué le lleva a tener una sed de mal irreprimible (Sed de mal, ¡qué gran película!), qué rasgos físicos tiene, aparte de esos labios repugnantes, imposibles de olvidar. Ganitas hay de que llegue la película para ver cómo el gran Donald Sutherland da forma al personaje y saber cómo viste y cómo mira.


Recuerdo que cuando era pequeña me fascinaban las malas de Disney, especialmente la madrastra de Cenicienta, con esa cara de comer huevos podridos para desayunar, pero si hay un malo que ha evolucionado en el imaginario de una servidora después de haber leído la novela, es el capitán Garfio. El Garfio literario dista mucho del torpe malvado entrañable, como diría mi madre, que nos presenta Disney, es un personaje casi romántico, con la íntima tristeza de saber que ha perdido su juventud para siempre. Es un ser elegante, sofisticado y repleto de matices. Fantástico.


Y qué decir de la bruja de Narnia, una malísima entre malas. Despiadada, gélida, hermosa; no como la fea y verdosa bruja del Oeste del país de Oz. Y de John Silver el Largo, uno de los malos más listos de la historia de la literatura. Y los paranormales o vampíricos, una auténtica plaga de malos con colmillos o con alas, cada uno acechando en las esquinas de las librerías de cientos de jóvenes, que ojalá disfruten tanto como yo al descubrirlos y amarlos.