Escribir a cuatro manos

A menudo nos preguntan sobre la experiencia de escribir a cuatro manos, sobre sus pros, sus contras y sus diferencias respecto a la escritura en solitario. Entendemos que a la gente le llame la atención que de dos mentes distintas pueda surgir una historia homogénea, pero en realidad creemos que es precisamente esa alianza la que refuerza la obra. Este tipo de escritura compartida es algo curioso, pero más habitual de lo que parece (ahí están Tracy Hickman y Margaret Weis con su Dragonlance, Ana Alonso y Javier Pelegrín con la saga Tatuaje e incluso el mismísimo Terry Pratchett, que se unió a Neil Gaiman en Buenos presagios).


Habitualmente, escribir exige esfuerzo y disciplina, es un oficio de ermitaños en el que puedes terminar discutiendo con amigos imaginarios; por eso, contar con un copiloto hace más llevadero el viaje. La experiencia nos ha enseñado que embarcarse en un proyecto de esas características requiere de un trabajo previo más elaborado. Frecuentemente, el escritor solitario puede permitirse deambular entre capítulos, confiando en que tarde o temprano retomará el rumbo de la historia, pero cuando son dos los que navegan, el destino siempre debe ser claro y el camino a tomar planeado de antemano.


Nosotros descubrimos nuestro propio método con La Estrella. Todo empezó con la idea matriz, que decidimos desarrollar llevando a cabo numerosas sesiones de tormentas de ideas; en ellas éramos libres, ni juzgábamos ni valorábamos, poníamos todas las cartas sobre la mesa, sin importar si eran buenas, malas o si estaban marcadas. Después, procedimos a separar el grano de la paja para quedarnos únicamente con las ideas que podían sernos útiles; en esta parte del proceso es importante aprender a encontrar esos pequeños trozos de carbón que con trabajo pueden brillar como un diamante. Una vez tuvimos la materia prima, situamos cada una de esas piezas en el engranaje de la historia, barajando siempre múltiples posibilidades y siendo conscientes de que el mecanismo debía funcionar sin errores, ¡nadie quiere un reloj que se atrasa! Hasta aquí la parte creativa. Con un esqueleto consistente, el proceso de escritura sucedería sin grandes sorpresas.


Sin embargo, reunirse y discutir es sencillo, pero compartir la creación de un texto resulta algo más complicado. Podemos probar a aporrear el teclado con veinte dedos, pero se presume que no servirá de mucho; lo mejor es repartirse el trabajo e intercambiarlo constantemente. En nuestro caso, uno de los dos solía empezar el capítulo y, si se estancaba, seguía el otro. Cada uno marcaba los cambios con el color que le identificaba. A menudo uno pedía encargarse de una escena porque la tenía muy clara en la cabeza y el otro repasaba los diálogos porque quería añadirles algo de subtexto. En extrañas ocasiones, uno escribía un capítulo del tirón y el otro lo releía para después desecharlo con la misma facilidad con la que se había escrito. ¡Así es el trabajo a cuatro manos! El texto tiene que convencer a los dos autores por igual, no vale claudicar ni darse por satisfecho demasiado pronto.


En resumidas cuentas: para escribir a cuatro manos necesitas el doble de disciplina, aprender a confiar en tu compañero, compartir con él tus ideas y tu trabajo, y olvidarte del ego para que prime la calidad del resultado final. Sin duda, se trata de una experiencia maravillosamente enriquecedora que nosotros pensamos repetir muy pronto.