El show de la cabra

Me encontraba yo en las cocinas del Castillo Negro, guisando y tramando mis tejemanejes, cuando un sonido singular llegó a mis oídos: una trompeta que tarareaba su melodía en plan prepotente, llamando la atención de manera rocambolesca y, desde luego, despertando al más pintado del sueño de los justos.


¿Pero todavía existe esto?, me pregunté atónita mientras veía a un señor gitano expulsando los pulmones por la boca, y una miserable señora cabra subiendo y bajando de unas escaleritas al ritmo de la trompeta. Ale-hop.


Entonces me di cuenta de que no sólo no se había extinguido este ingeniosamente llamado “Show de la Cabra”, sino que seguía vivito y coleando, ferozmente arraigado en la cultura literaria, y dirigido por ciertos poderes mindundis empeñados en manejar el cotarro, en seguir dictando las normas y los abusos a sus conveniencias, insistiendo en frenar la cultura y la libertad bajo el yugo del miedo. Pequeños y ridículos caciques que en su ceguera no hacen otra cosa que intentar poner verjas al mar:


-Cuidado, no hagas esto sin nuestro consentimiento, que no te apoyaremos y no llegarás a ningún sitio –te dirá el gitano con su trompeta mientras se frota las manos porque tú subes las escaleritas al son que él toca. Ale-hop.


-No se te ocurra poner tu obra digital, que te la van a copiar. Lo único importante es el dinero, y el que tu obra se extienda gratis es una aberración. Tú no eres un creador de verdad, tonto carnero. Mejor danos tu obra a nosotros que la gestionaremos a nuestro gusto y te pagaremos cuatro perras gordas. Ale-hop.


-Internet es malo, pequeña cabra soñadora. No leas, no conozcas, no te informes. Tu único mundo soy yo. Tu única meta es lo alto de la escalera, y la prepotencia de la trompeta es el único sonido que debes escuchar. Ale-hop.


-Mejor malo conocido que bueno por conocer, amiga. Ni se te ocurra esforzarte en crear algo nuevo o salir del tiesto, no vaya a ser que te encuentres que hay que trabajar y sudar tinta china para llegar a algún sitio. Así que ya lo sabes –tararea la trompeta–, no hagas nada en la vida, no emprendas, no crees. Quédate en la escalera y serás una buena cabra, porque más vale malo conocido que bueno por conocer, sí señor. Ale-hop.


-Virgencita, que me quede como estoy. Pero eso sí, luego me pondré a lloriquear porque hay que ver “la suerte” que ha tenido fulanito de copas. No importan las noches en vela ni el tiempo robado a salir con los amigos o la familia. No importan las inversiones fallidas ni las ilusiones perdidas. Sólo ha sido suerte –insiste el gitano–. No te arriesgues, cabra mía, que sólo te espera el infortunio ahí fuera. Ale-hop.


-Y sobre todo, pequeña cabrita ilusionada, que sepas que en este país nunca recibirás apoyo, y cuando emprendas algo y resbales al suelo, la gente se reirá de ti, los mindundis graznarán como cuervos envidiosos... En otros países no ocurre, querida cabra. En otros países se aplaude el esfuerzo y el trabajo; y el emprendedor que lucha es ya un triunfador, porque cuando se cae, vuelve a levantarse sin importarle el qué dirán. Aquí no. Aquí, lo único que triunfa es el gitano de la trompeta, y el único espectáculo que nos permiten ver y creer es el Show de la Cabra. ¿Será siempre así?


¿Ale-hop?