¿Vale la pena?

Una de las maravillosas virtudes de trabajar en una oficina desempeñando un puesto que no implique responsabilidades extralaborales es que uno puede desconectar y dedicar su tiempo libre a lo que le convenga, puesto que su vida personal y laboral son dos líneas paralelas. O eso dicen. Como editor independiente, eso no existe. Si estás de viaje por otras ciudades de tu país, aprovechas para conocer a los libreros. Si lo estás por otros países, entonces buscas libros que no estén en tu idioma (y que no te haya propuesto un agente) y, quizá, toques distraídamente las páginas de uno y pienses: «Gramaje 90, poca celulosa». Si te sobra tiempo, sueles dedicarlo a manuscritos. Si la mañana está siendo tranquila, abre tu e-mail, que ahí te esperan cincuenta nuevos mensajes como mínimo. Si es viernes por la noche, no es inusual que te quedes en tu casa corrigiendo galeradas (lo que puede conllevar eternos debates mentales sobre la conveniencia de una coma). Si, por el contrario, estás durmiendo, tampoco es inconcebible tener pesadillas con erratas. Y si estás en un museo, puedes haber desarrollado la curiosa costumbre de apuntarte los títulos de los cuadros que te gustan en una libreta por si acaso surge alguna cubierta.


En definitiva: no es posible dejar de ser editor. Y para ser editor independiente tienes que asumir seis cosas:


1. Te has metido en esto porque te apasiona leer, pero desde este momento, ¡adiós a leer! O, al menos, por placer.
2. Vas a perder dinero y el banco se va a convertir en tu segunda casa. ¿A quién no le gustan los banqueros?
3. No hay glamour. Un día vives pegado al Diccionario panhispánico de dudas; al siguiente, estás cargando cajas que, por algún motivo (mensajero) desconocido, te han llegado perdidas de hollín. Y eso sin mencionar las visitas a Correos en las que eres testigo de cómo los empleados se echan a temblar tras verte aparecer con tropecientos paquetes.
4. ¡Por fin eres editor! Eso significa que vas a ver mucho tus libros. Por la oficina, por tu casa, por las de tus amigos… En resumen, en todas partes menos en librerías. «Estoy desesperado, no encuentro tal libro de su catálogo que llevo meses buscando», te escribe un (hipotético) lector. Y tú piensas: «Pruebe en la sección de adultos de las grandes superficies cuando se trate de uno juvenil, y en la juvenil cuando sea uno adulto», porque, por supuesto, la colocación tiende ir al revés. Si va.
5. No es un trabajo apto para personas normales. Van a sucederte cosas extrañas, desde tener que registrarte en páginas de ligar para que un fotógrafo conteste a tus mensajes hasta que un (hipotético) autor consiga tu número de móvil y te fría a llamadas diarias. A lo mejor tienes que contratar a un detective privado para encontrar a los familiares de un escritor cuyos derechos no hay forma de saber quién gestiona. O puede que si estás de vacaciones en Australia, te llamen de madrugada para informarte sobre un problema con un ISBN. Y prepárate, porque vas a recibir coplas, poemas religiosos y homófobos con estupendas influencias de Torquemada, novelas porno, textos escritos en lenguaje SMS, clones de Crepúsculo y Harry Potter, apologías del nazismo y recopilaciones de entradas en blogs de más de ochocientas páginas.
6. «¿Vale todo esto la pena?» pasa a formar parte de tus reflexiones habituales.

Sí, la vale. Eres editor porque te gusta leer, te gustan las librerías y te gustan los escritores. Y eso es todo cuanto puede decirse.