Entrevista con Alfredo Gómez Cerdá

Alfredo Gómez Cerdá, filólogo y madrileño, es un autor de literatura juvenil de los de toda la vida, y son ya muchas las generaciones de lectores que han crecido disfrutando sus libros, incluida la mía. Ha escrito prácticamente de todo y se ha llevado a casa un montón de premios literarios. Hoy tiene 60 años y asegura que hasta los 137 no dejará de plasmar historias sobre el papel.



Siempre cuentas que de niño en casa tus padres no leían y apenas había libros, pero que ya pasados los once años pudiste leer y escribir a placer. ¿Cómo fue tu encuentro con la literatura?, ¿qué encontraste en ella que te engatusó para siempre?


Sí, es cierto, yo no pertenezco a una familia lectora, ni crecí en un ambiente lleno de libros. Además –y esto es paradójico– fui hasta los catorce años a un colegio de frailes donde jamás nos animaban a leer. Más bien lo contrario. Pero también es cierto que, desde pequeño, sentía una atracción inexplicable por los libros. Leí los pocos que había en mi casa, que no eran para niños (recuerdo, sobre todo, Rebelión a bordo, o algunas novelas de Pereda) y leía libros que me dejaban los amigos, o los vecinos. Recuerdo que un vecino me dejó La vuelta al mundo de un novelista, de Blasco Ibáñez, que eran varios tomos. Recuerdo también Las mil mejores poesías de la lengua castellana, que leí y releí por los menos mil veces. Libros variopintos que me iban descubriendo un mundo apasionante. Luego, empecé a leer novelas de aventuras, que estaban publicadas en la editorial Bruguera, y ese fue otro gran descubrimiento. Y a medida que me aficionaba a leer, me aficionaba también a escribir. Fueron dos caminos casi en paralelo. ¿Qué encontraba? Creo que dos cosas fundamentales: la posibilidad de expresarme y la posibilidad de comunicarme con los demás.


“¡Qué cosa tan difícil la enseñanza!”, dices, y por eso, más o menos, te hiciste escritor, y uno rebelde, además, porque saltas de un género a otro sin que algunos críticos sepan seguirte la pista. ¿Crees en los límites o prefieres pensar que la imaginación es flexible e infinita?


La enseñanza era la única salida profesional que se me ofrecía cuando terminé mis estudios universitarios. Tenía la idea de que la enseñanza era algo muy difícil –y años después sigo pensando lo mismo– y, sobre todo, me di cuenta de que no tenía vocación docente, sino de escritor. Eso me hizo reafirmarme en la idea de intentarlo por todos los medios.


He escrito poesía (casi toda inédita), teatro y narrativa. Es evidente que por lo que soy más conocido es por la narrativa. Nunca me ha gustado moverme solo por un camino, en una línea reconocible casi de antemano. Me atraen muchos aspectos y muchas manifestaciones de la literatura. ¿Por qué no indagarlos? Los críticos suelen decir que una de las características de mi obra es la variedad: temática, argumental, formal... Yo quiero que sea así. No me gusta hacer obras clónicas. No me gusta copiarme a mí mismo (y es difícil no hacerlo). Una de mis novelas juveniles más conocida es Pupila de águila, que ha tenido un enorme éxito de ventas. Algún editor me ha dicho: me gustaría que me escribieras una novela como Pupila de águila. Y yo pienso: ¿para qué? Lo que me apetece es hacer otras cosas y explorar otros caminos. Ahora, por ejemplo, acabo de sacar un libro completamente distinto a los demás, ¡¿Y para qué sirve un libro?! A pesar de su título no se trata de un ensayo, sino de pura ficción literaria. ¡La ficción literaria! Ese es mi mundo, mi vasto mundo. Sin límites. En todo caso, cada escritor que se ponga sus propios límites. Como dices en el enunciado de la pregunta, la imaginación es infinita; pero creo que para escribir un libro hacen falta más cosas, además de la imaginación. A veces, sobrevaloramos la imaginación.


Habiendo impartido tantas charlas y talleres, me gustaría que me contaras si la mirada ilusionada de un niño de aquí es la misma que la de niños de lugares como Medellín, donde la pobreza y la violencia están a la orden del día.


He estado con niños en muchos lugares del mundo, niños de barrios marginales de Medellín y niños de colegios fantásticos en Estados Unidos o Canadá. El ambiente socioeconómico marca, es indudable. Pero creo que podría juntar a un niño de la calle de Medellín, a un niño rico de Miami o de Montreal, a niños españoles, y podría hablar para todos igual. Y podría contarles un cuento que todos entenderían. Y podría sentir sus miradas y su complicidad. Luego, eso sí, cada uno tendría que volver a su realidad. La experiencia no sería igual con jóvenes, estoy seguro, porque ellos ya están tomando conciencia de su realidad y eso les hace recelar más, tener prejuicios; aunque es indudable que también hay muchas cosas que les acercan. Siempre es bueno trabajar y potenciar lo que nos acerca, lo que nos une, lo que nos equipara.


Además de novelas infantiles y juveniles (¡y alguna adulta!), también has escrito cómics, cuentos, colaboraciones en prensa y prólogos de historias ajenas. Con estos me quiero quedar, porque escribiste uno para Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain. Creo que una vez dijiste que Tom era uno de tus personajes favoritos, ¿cómo fue introducir su historia?



Antes señalaba la importancia de las novelas de aventuras en mi formación como lector. Hay muchos escritores que coinciden conmigo y por lo general siempre se señalan algunos libros, sobre todo La isla del Tesoro, o Moby Dick. Yo siempre he preferido a Mark Twain. Tom Sawyer y Huck Finn eran mis personajes preferidos. De pequeño, prefería a Tom; de mayor, me quedo con Huck. Un día, una editorial me habló de que quería poner en marcha una colección de “clásicos de aventuras”; la idea era que escritores contemporáneos escribiésemos un prólogo para cada libro y a mí me ofrecían uno. Yo no lo elegí, simplemente pregunté: ¿Qué libro habéis pensado para mí? Solo pude esbozar una sonrisa cuando oí la respuesta: Las aventuras de Tom Sawyer. ¡Era mi libro! Y yo ni siquiera tuve que pedirlo. Fue un verdadero placer escribir ese pequeño prólogo; pero el verdadero placer es ver ahora el libro publicado y descubrir mi nombre allí, en letras pequeñas, junto al maestro Mark Twain y junto a mis héroes (o antihéroes), Tom y Huck. ¡Cuánto honor!


Los Beatles en Mari Pepa y el club de los pirados, Violeta Parra en Pupila de águila, The Doors en Las sietes muertes del Gato, Rosendo y algo de clásica en Sin máscara… La música te gusta, eso es un hecho impepinable, y por ahí también he leído que el cine es otra de tus pasiones (incluso llegaste a trabajar como guionista), y también el teatro (La casa de verano). La importancia de estas artes en tus libros es palpable, ¿pero cómo logran meterse y mezclarse entre tus libros?



La música, toda la música, y el cine están entre mis aficiones. El teatro lo considero como parte de mi trabajo y de mi vida. La música se me suele “colar” en los libros casi sin darme cuenta. Todas las referencias que has citado son ciertas; pero podríamos seguir: el mundo del jazz y Charlie Parker en Eskoria; Antonio Machín y los boleros en Anoche hablé con la luna; una nana preciosa que se cita en Con los ojos cerrados, etc. En algunos libros, incluso, la música llega a ser esencial, como en Sin máscara, donde el protagonista quiere ser violinista, o La casa de verano, que es la casa del músico Brahms, o Las siete muertes del Gato, donde el personaje central llega a identificarse con el mítico Jim Morrison. A propósito de este libro, propuse a la editorial en su día que se publicase con “banda sonora original”, como las películas. Quizá sea eso, que cuando escribo, inconscientemente, estoy poniendo una banda sonora original a mis libros. No puedo resistirme a la música y, como ves, a todo tipo de música.


Mi experiencia en el cine fue efímera y no muy gratificante. Trabajé para una productora cinematográfica, pero el problema, para mí, era que no me gustaban las películas que allí se hacían. Por lo general, mi trabajo consistió en adaptar alguna novela sobre la que la productora había comprado los derechos. También estuvo a punto de rodarse una película del Oeste, con guión mío original; pero cuando el rodaje estaba a punto de comenzar todo se fue al garete por culpa del alcoholismo del productor, que estuvo a punto de llevarlo a la tumba. Él sobrevivió al final, pero la película no. Insisto en lo que decía más arriba: el cine fue una experiencia más, pero no la mejor, ni la más importante.


También haces algo de metaliteratura al hablar de libros en tus propias obras, algo muy común también en las novelas de un señor que se llama Jorge Gómez Soto, creo que lo conoces. A veces has ido más allá incluso y has convertido en personaje a la bibliotecaria (Barro de Medellín, El monstruo y la bibliotecaria). ¿Qué tiene esta figura que puede cambiar el curso de una historia?


Metaliteratura. Sí, lo reconozco. Lo veo claramente en algunas novelas, como Palabra de Nadie, o Autobiografía de un cobarde, también en mi último libro, ¡¿Y para qué sirve un libro?! A cualquier creador le obsesiona su propio mundo y eso le lleva a hablar a menudo de él. Quizá no debería ser así. Pero ha ocurrido siempre, en la pintura, en la literatura, en todas las artes. Una obra artística, entre otras muchas cosas, es un intento de su autor por entender el mundo. Los escritores vivimos inmersos en libros, lo mismo que otras muchas personas que no son escritoras; pero la diferencia es que los escritores, además, escribimos esos libros. De ahí la obsesión, que solo es un intento de poner un poco de orden en tu cerebro. Las bibliotecas, las bibliotecarias, son en definitiva parte de lo mismo.


En tus novelas parece que siempre hay un hueco para los trenes, sobre todo en tu literatura más infantil, pero también en la juvenil: en Sin billete de vuelta esta forma de viajar es un pilar fundamental de la trama, aparece la estación de Sants de Barcelona y el narrador se llama Alfredo, como tú; en Pupila de águila Igor elige el tren para encontrar a Martina, que se esconde en ese pueblo donde huele a galletas; en la cubierta de La casa de verano (13ª edición) se ve a dos chicos y una chica pasear sobre unas vías de tren. Me pregunto qué importancia tienen para ti los trenes, qué relación te une con ellos. ¿Será cosa del cine?, ¿tal vez que vives a cuatrocientos metros de una estación de ferrocarril?



No hay nada personal, es decir, ningún vínculo familiar con los trenes. No tengo un abuelo ferroviario, ni nada por el estilo. Es una atracción personal, que no es original, pues muchos otros también la han sentido. Los trenes y el cine siempre han tenido una relación muy estrecha. Yo, por cierto, acabo de publicar un libro para niños que se llama Un tren de cine, donde uno estas dos cosas. Los trenes y la literatura también han funcionado muy bien juntos. Personalmente me gusta viajar en tren, y me gusta el sabor de las estaciones (sobre todo las antiguas, pues las modernas parecen centros comerciales); los encuentros emocionados, las despedidas, la gente que pulula alrededor de las estaciones, etc. No busco los trenes, ellos me encuentran a mí siempre.


En Autobiografía de un cobarde experimentas con una libertad de estilo que choca en este mundo de reglas inamovibles y una RAE algo severa. En el primer capítulo el protagonista lo dice bien claro: “¡Que les den por saco a las comas! No voy a poner ni una coma. Usaré solo puntos. Me gustan los puntos. Un punto es como una cagarruta de mosca. Las comas son como una cagarruta de mosca con diarrea. Y nada de punto y coma. ¿A qué descerebrado se le ocurrió inventar el punto y coma? (…) Sin darme cuenta he utilizado ya los signos de interrogación y admiración. Creo que me serán útiles.” Frases muy breves y directas que hacen lo que quieren con las normas de puntuación, “y aun así no se nota. En ningún momento rechina ni suena forzado”, dice Gómez Soto en su blog. Ya que esta escritura irreverente ha funcionado entre tus lectores, voy a preguntarte para qué, ¿qué sentimiento o reacción querías conseguir en ellos?


Los personajes te imponen sus reglas en muchas ocasiones, reglas con las que puedes estar de acuerdo o no. Una de las peores cosas que puede hacer un escritor es traicionar a sus personajes. Y a veces ocurre, se nota que al escritor le cae mejor un personaje que otro. No se puede traicionar ni a los personajes en apariencia detestables.


En el caso que nos ocupa fue el personaje el que tomó la decisión de escribir así la novela. Para él, en teoría, era más fácil; luego, a medida que avanza el relato se da cuenta de las dificultades. Es complicado escribir solo con puntos. Por supuesto, como dices, el relato se hace muy rápido, disparado a veces; pero tienes la sensación de estar moviéndote en la cuerda floja y, claro, el peligro es caer.


Pienso que la LIJ debería experimentar más con la forma. Casi nunca hablamos de la forma, del estilo literario. Siempre nos centramos en el tema, en los contenidos. Es un gran error. Lo que hace grande a una obra literaria es, sobre todo, su estilo. Para mí escribir este libro fue, como para el protagonista, un ejercicio de estilo que resultó muy efectivo. Al menos, los lectores me dicen que el libro les llega de una manera inmediata, directa, veloz, sin hacerles perder intensidad. Si es así, me doy por satisfecho.


En relación con esa experimentación, ¿cómo te gustaría rebelarte, qué cambiarías del mundillo de la LIJ, en estos momentos entre anquilosado y servil a las modas? En definitiva, qué crees que hace falta ahora, con tantísima producción literaria pero a veces de calidad cuestionable.


Has dicho la palabra clave: calidad literaria. Incluso, te diría otra cosa: intencionalidad literaria. Yo creo que cualquier obra debería nacer, al menos, con esa intencionalidad literaria, independientemente de que la consiga o no. Pero es que a veces no vemos ni ese intento.


Pido honestidad a los autores, que no se traicionen a sí mismos. Hay muchas modas, sí; pero como dijo no sé quién: “la moda es aquello que se pasa de moda”. La literatura tiene que conseguir su propio territorio, y tratar de escribir pensando en otras cosas es malo. Por ejemplo, no entiendo cómo un escritor se vuelve loco de alegría cuando le dicen que de uno de sus libros se va a hacer una película. Para un escritor lo importante siempre tiene que ser el libro. Escribir pensando en películas, series televisivas, videojuegos, tendencias creadas por el marketing, no lleva a ninguna parte. Hay que hacer literatura, sin más, honestamente, obedeciendo los dictados de tu corazón. Y si algo llega por añadidura, no importa; pero no hay que buscarlo con premeditación.


Para mí hay un territorio estupendo que debe explorar siempre la literatura, y al que no pueden llegar otros medios, por modernos que sean, el territorio de los sentimientos del ser humano.


El rostro de la sombra cuenta con una campaña de lanzamiento muy especial, y es que puede leerse el 60% del libro gratis online, en PDF o iPad, ¿quién propone esta forma tan peculiar y arriesgada de publicación?


Lo propuso la editorial. En este caso, Ediciones SM. Escribí este libro como he escrito los demás. Y cuando lo escribía no tenía ni la más remota idea de este lanzamiento. Ni siquiera sabía qué editorial iría a publicar el libro. Con esto dejo claro que no se trata de ningún encargo para hacer algo especial. Jamás he escrito un libro por encargo. Y no es que esté en contra de los encargos. ¡La cantidad de obras de arte que se han hecho por encargo!


Los editores están buscando nuevas fórmulas y, sobre todo, tratan de hacer frente a un futuro muy incierto que se avecina. Este lanzamiento ha sido una forma de experimentar. A mí lo que me importa es el libro en sí, la obra literaria que escribí.


Todo tiene que ver en el libro con la rapidez irreflexiva del mundo actual y el poder de las nuevas tecnologías; también con las consecuencias más duras de una noche de borrachera. Por eso me parece que, ante todo, en El rostro de la sombra sobresale una cuestión ética.


Poco más puedo añadir a tus palabras. Además, siempre me cuesta trabajo hablar de mis libros. Un lector, al poco de publicarse la novela, me escribió una carta muy bonita en la que, como colofón, me decía que para él se trataba de “una reflexión ética”. Coincide contigo, como ves. Estoy de acuerdo. Es una reflexión sobre este mundo, sobre la culpabilidad, sobre la responsabilidad de cada uno. Vivimos en una sociedad irresponsable en la que nadie se siente culpable de nada. La culpa siempre es de los demás.


Uno de tus libros que más gusta entre el público adolescente es Pupila de águila (1989, 260.000 ejemplares vendidos), y sin duda es mi favorito. La obra es fresca, amable, sencilla y atemporal, habla de sentimientos y valores universales, y lo principal son los personajes. ¿Es esta la clave de todos tus libros?


Supongo que de todos no. A mí siempre me dicen que soy un autor muy variado: temáticamente, formalmente, etc. Intento serlo. No me gusta repetir fórmulas, como te decía en una respuesta anterior.


Hay un detalle en tu pregunta que me interesa subrayar: los personajes. De mí algún crítico ha dicho que soy un autor de personajes. Y esta afirmación me gusta. Los personajes me parecen esenciales dentro de una novela. La trama se olvida muchas veces, pero los personajes quedan. Cuando me preguntan por lo que más me gusta del libro, yo respondo siempre lo mismo: Martina e Igor, que son los personajes centrales. Y es cierto que cuando me planteo un libro nuevo, en lo primero que pienso es en los personajes. Muchas veces he arrancado una historia simplemente con los personajes, sin un argumento claro. Que sean los propios personajes los que me lleven.


Cuentas que a los ciento treinta y siete años dejarás de escribir, y por eso me muero de curiosidad por saber qué tienes pensado hacer cuando llegue ese día. Aunque como hasta entonces todavía queda mucho tiempo, también te pediría que me chivases alguna pista de un futuro proyecto que esté bailando en estos momentos dentro de tu imaginación.


Sí, tomé esa decisión hace tiempo. No quería ser uno de esos escritores que se pasan toda la vida escribiendo. Yo quiero hacer otras cosas. Pero, ¿qué hacer a los ciento treinta y siete años? Quizá haga dos cosas, incomprensibles para mí en este momento, que veo que hacen los muy mayores: jugar a la petanca e ir de vacaciones a Benidorm. No suena muy seductor, ¿verdad? En fin, aún tengo tiempo para pensarlo.


¿Proyectos? Uno inmediato, en otoño, que se titula Mateo y el saco sin fondo. Y algunos más ya en el tintero. ¿Se puede seguir diciendo tintero en los tiempos que corren?


A principios de año tuve el placer de entrevistar a tu hijo y ahora abro esta temporada tiramillota contigo, otra gran suerte. Muchísimas gracias por tu tiempo, por tu pluma incansable y por esa pupila de águila que me encandiló y he leído más veces de las que puedo recordar. Y ahora, desde luego, si tienes quejas, reclamaciones o palabras amables, dispón del espacio que quieras, porque es todo tuyo.


Tú misma has hecho un precioso colofón. No quisiera estropearlo. Gracias por tu inteligente entrevista. Suelo poner en muchas de mis dedicatorias una frase: “los libros nos hacen amigos”. Y es verdad.