La idea novel

De vez en cuando, desde el blog de una amiga, los lectores me suelen lanzar preguntas acerca de mis libros, pero también opiniones personales, ideas, trucos… En esta ocasión la pregunta era si podía dar algún consejillo a los nuevos autores que van a lanzarse por primera vez al mundo literario.


Después de hablar de no desfallecer en el camino y de desear los mejores augurios y blablablá…, me quedé con el regusto de no haber dicho todas las verdades del barquero en este tema, de no haber sido sincera al cien por cien. Qué cosas.


Porque las ilusiones de esos primeros momentos son tremendas: has imprimido tu libro unas veinte veces, lo has encuadernado con churritos y lo has mandado a otras veinte editoriales. Y ahí estás con los dedos cruzados, el tic tac del reloj, y esperando como una loca la carta perfumada de una maravillosa editorial que ha leído tu idea, la ha entendido y se ha enamorado de ella. Y entonces el tiempo pasa… y pasa… y pasa… incluso decides ponerle una denuncia formal al servicio de Correos, porque SIN DUDA que han perdido tus veinte libros (todos ellos) y las maravillosas editoriales no los han recibido. O mandas los veinte tochos y al día siguiente recibes ya una carta de rechazo y dices: “¡Oh, Dios mío!... ¿pero ya se lo han leído?” “¡Qué barbaridad, qué máquinas!”


Pero bueno, corramos un es-tupido velo sobre estas “pequeñeces”. Ya por fin has recibido LA CARTA, ya por fin tu corazón palpita, ¡¡¡¡ya por fin vas a publicar tu libro!!!!


Y entonces llega el maravilloso contrato editorial. Y cuando lo lees, la sonrisa va pasando de estilo cóncavo a estilo convexo a la velocidad del Halcón Milenario cuando está bien reparado. ¿Pero es que esto es así? –te preguntas con tu cara de pardillo–. Y alguno habrá que te conteste: “Eres novato. Eso es lo que hay.”


Y eso es lo que hay. Aquí es donde el consejo que me pidieron lo pasé de soslayo como si fuera la bailarina de puntillas de la canción. Como contesté en el blog de mi amiga, la verdad es que yo tuve mucha suerte con mi editorial, en quienes tengo unos amigos, pero sé de casos tremendos, casos donde publicar un libro se convierte en una tortura económica, editoriales que te roban el alma entera como sanguijuelas, señores que se aprovechan de tus ilusiones, que te ordenan cambiar capítulos enteros a su gusto, que te amenazan con no publicar jamás si no les obedeces, como si fuesen dueños de un emporio que tratan tus ideas como piltrafa y luego se frotan las manos…


Así que mi verdadero consejo al autor novel que inicia su larga y maravillosa andadura por estos mundos de Cervantes, es que tu idea no está en venta de rebajas ni saldos. Que cuando por fin la cedas, que sea con una editorial decente que la quiera tal y como es, no vaya a ser que llegue el día en que no seas capaz de mirarte al espejo para decir: “Me he vendido por cuatro duros”.


Que en esta vida todo llega, y el hecho de rechazar a unos piratas no es el fin del mundo ni te vas a quedar para vestir santos literarios porque ya nunca más volverá a pasar este tren. ¡Claro que sí pasará! Pasará y será un tren estupendo, quizás no el más grande ni el más rápido, pero sí el más confortable y el que va a llevarte hasta el otro extremo del mundo para vivir tu gran aventura.


Pero sobre todo, querido autor que empiezas, que nadie se atreva nunca a faltarte al respeto. Que nadie te diga que sin ellos –esa supuesta editorial pirata–, nunca hubieses llegado a ningún sitio. Que nadie se atreva a decirte que tu idea no vale nada. De tu idea vivirán editores, libreros y los diversos intermediarios que han hecho que tu sonrisa pasase de estilo cóncavo a convexo (recordad). Recordad también que el negocio editorial es eso: un negocio. Y si vieron potencial en tu idea como para publicarla, no fue porque eran bondadosas hadas madrinas, sino porque vieron dinero de por medio. Así que espero, autor novel, que nunca permitas que algún día te echen en cara lo mucho que hicieron por ti, porque precisamente es al revés.


Todavía caben más consejos en esta andadura, pero son cosas que uno tiene que vivir y sangrar en sus propias carnes, y ya no serían consejillos para autores noveles. Así que tendrán que esperar, o dormir en la cámara de los secretos hasta que alguien los descubra por sí mismo.


Y ahora ya, desde mi fortaleza del Castillo Negro, puedo respirar tranquila. Ahora he terminado el trabajo y he dicho “casi” todo lo que quería decir.