Distopías sin dis-


A partir de que saliera Sinsajo el año pasado, las editoriales se han subido al carro de las distopías y nos ofrecen todo tipo de mundos en los que no nos gustaría vivir: tierras post-apocalípticas, gobiernos autoritarios, vigilancia extrema, censura, enfermedades fatales, cirugías cuestionables, etc. Sin embargo, por lo que he oído últimamente en la blogosfera anglosajona, los libros publicados dentro de este subgénero no están vendiendo tan bien como se esperara en un principio, pues sólo tres novedades se han alzado con un éxito considerable: Juntos, de Allie Condie, Delirium, de Lauren Oliver, y Divergente, de Veronica Roth.






Curiosamente, las tres tuvieron una campaña de marketing muy agresiva meses antes de su salida, y sobre Juntos y Delirium se destacó la importancia de su trama romántica (que no es que le falte a Divergente). Por ello me da por pensar que el público aún no se ha cansado de estas historias de amores prohibidos e intensos que sacó a la luz el romance paranormal. Las criaturas no importan, y como parece que últimamente nos estamos quedando sin nuevas víctimas que explotar, sería sensato cambiar de ambientación. Después de todo, lo que buscan muchos lectores es la historia de un amor idealizado y peligroso, da igual por qué. Desde este punto de vista, deberíamos considerar las distopías como una moda pasajera de la fiebre romántica.


Claro que luego nos encontramos con títulos como Divergente, que optaron por destacar más su acción e intriga. Una vez más, ¿a quién no le gustan los libros llenos de acción? Títulos tan introspectivos y románticos como Juntos y Delirium no son para todos los paladares (y yo reconozco que no los tengo en mucha estima, sobre todo el último). Algunos prefieren las explosiones y las batallas, y la intriga de saber quién morirá y quién vivirá. Es el morbo, uno de los mayores atractivos de Los Juegos del Hambre y que otras obras distópicas intentan repetir, la mayoría de veces sin éxito. Quizás porque ante la oleada de mundos anti-utópicos ya no llaman mucho la atención, aburren o simplemente no están bien escritas o les falta sustancia. Y aunque no contaría mucho con lo último, ya que hoy en día no hace falta ser un buen libro para vender a raudales, a veces me parece que podría ser el caso.






Sea como fuere, algo falla con las distopías de ahora. Alguien experto en el género diría que una buena novela distópica coge un problema actual nuestro (el cambio climático, por ejemplo) y lo lleva a sus posibilidades últimas y extremas para mostrar las consecuencias que nos podría acarrear en un futuro. Su mayor atractivo, pues, radica en la marea de sensaciones que el lector experimenta al leer tales historias que hablan de cuestiones que le conciernen, sobre todo si pasamos tiempos pesimistas y de crisis como los de ahora. Así ocurre con Los Juegos del Hambre y su denuncia contra la guerra y la cultura consumista y materialista en la que vivimos. Sin embargo, no parece que sea éste el caso con las nuevas distopías. Juntos da la impresión de haber sido escrita durante la Guerra Fría; Across the universe roza por encima algunos temas de superpoblación, pero los abandona en el primer capítulo; de Divergente he oído que, aunque bueno, no es muy distópico; y Delirium... en blanco me quedo.



A pesar de todo, siguen apareciendo más y más sagas distópicas que no terminan de pillar qué buscan los lectores en ellas, qué quieren encontrar en ellas. Tal vez una historia de amor, algo de acción e intriga, drama... pero también ese algo más que todos esperamos al leer una novela de estas características. Una invitación a reflexionar sobre un problema actual con el que identificarnos. Una esperanza de que aún podemos rectificar. Un buen libro con trasfondo, porque si no al -topos le falta el dis-.