¿Los jóvenes leen?

Cada vez que leo o escucho esta pregunta imposible en reportajes y entrevistas no puedo hacer menos que ponerme enfermo. ¿Y los jóvenes beben? ¿Juegan al parchís? ¿Se interesan por la meteorología? ¡Qué tontería, por favor! Como todo en este tiempo de optativas que vivimos, la lectura gusta a unos y fastidia a otros, y desde luego deberíamos preocuparnos menos por las estadísticas y convertir nuestros esfuerzos en oferta. El objetivo es que lean los que tienen que leer y hagan fútbol los que tienen que hacerlo, ¿no es cierto? Entonces limitémonos a desplegar el amplio abanico de posibilidades ante las tiernas miradas de nuestros jóvenes y que sean ellos mismos los que elijan. Mi tía acaba de tener un bebé (precioso, por cierto) y, por supuesto, ahí estoy yo para regalarle sus primeros cuentos, pero pretender que le gusten es una verdadera locura. Injusto, vaya, y lo único que conseguiríamos metiéndole libros por los ojos a presión es que salieran por las orejas (también a presión). Tranquilidad... Por un lado están los que obligan a sus hijos o alumnos a que hagan lo que ellos nunca hicieron (ni que buscasen el perdón), por otro los que insisten en que deben seguir sus pasos (como el médico hijo de médico y nieto de médico), en el polo opuesto los que pasan directamente de los libros porque sólo les ven utilidad como reparadores de mesas cojas y, por último, tenemos a los que se preocupan por darles a conocer la literatura para ver si les puede interesar. Eso sí, hay que elegir muy bien, porque de lo contrario corremos el riesgo de que terminen detestando las historias en papel. Y no es suficiente con que sea un buen libro: debe ser bueno y adecuado. El gusto por la lectura no es innato y hereditario, como muchos creen. Yo, sin ir más lejos, no tengo un solo antepasado identificado como lector (el Pronto de la abuela no cuenta) y, sin embargo, aquí estoy, leyendo plumas de ayer, manuscritos y novedades de todo tipo, escribiendo en un diario por amor al arte, compartiendo eventos literarios y carteándome con escritores. Esto me gusta, me gusta muchísimo, y reconozco que yo tampoco tuve una madre que me diera a elegir: ella pertenecía al grupo de los de la mesa coja. Por ese motivo, Pulgarcito y Los cinco llegaron a mi vida cuando ya tenía pelillos en la barbilla, y también por ese motivo mi imaginación se engrasó hace sólo unos años. ¿No es una pena que por puro desconocimiento nos mantengamos al margen de lo que nos gusta? Tampoco estoy de acuerdo con los que piensan que los jóvenes son tan fáciles como para limitarse a imitar a los mayores. De hecho, hay un anuncio televisivo que refleja perfectamente esta creencia errónea. Así no conseguimos nada, señores del Plan de Fomento de la Lectura. E insisto, oferta y orientación, eso es lo único que cuenta. Ya para terminar, me gustaría picar un poco también a los del equipo contrario: esos que se molestan en desgastar la lengua y poner el grito en el cielo para reivindicar que los jóvenes sí leen. Bonito gesto, pero tampoco cuela. Ni lo uno ni lo otro. Aquí generalizar no vale, y los que no estén de acuerdo conmigo pueden pasarse por cualquier instituto y hacer un sondeo. Conclusión: menos estadística y mejores planes. Y mis disculpas a aquellos que pensaran que yo iba a dar respuesta a la pregunta que da título a este texto. Ni de lejos.

Por Óscar Luis Mencía