La peca también es perfecta

La gran mayoría de los títulos que se publican en la actualidad poseen su dosis de romance en mayor o menor medida. Reconozcámoslo, el amor está de moda venga envuelto en trepidante fantasía urbana, en la más fresca contemporánea, en una impactante distopía u oscura fantasía. En esa amalgama de títulos entre los que podemos elegir, la variedad es lo que cuenta, también en lo que a rasgos físicos de los personajes se refiere, y precisamente en este punto vamos a centrarnos a lo largo de la columna. Si todos estos libros fueran cajas de bombones, nuestro amigo Forrest Gump se hubiera muerto de la pena porque siempre hubiera sabido lo que le iba a tocar. Pobre. Y es que parece existir una especie de lista negra secreta sobre rasgos no aplicables a protagonistas; impresa y expuesta bien a la vista en el lugar de trabajo de cada autor, donde destaca en letras grandes y rojas: "Evitar a toda costa, riesgo de provocar un grito de ‘¡Contigo no, bicho!’ en el lector. Solo aplicable a infortunados secundarios". A las pruebas me remito. ¿Cuántos protagonistas de color hay? O, simplemente, muchachos que no sean caucásicos o latinos, ¿alguien recuerda alguno asiático o árabe? ¿Algún pelirrojo pecoso? En el fondo he de reconocer a todos estos personajes "atípicos" que les tengo un poco de envidia, porque ya hubiera querido para mí cualquiera de sus características físicas en mi adolescencia. Ya que nada de gafas, que los chicos y chicas guays no tienen miopía (nótese la ironía). Nada de llevar aparato en la boca, que ya nacen con los dientes perfectos de serie, ¡incluso los de leche! Y ya ni hablemos del acné, ¡arg!, ¡vade retro, Satanás!, ¿cómo va a tener un protagonista que se precie un granito en plena frente, barbilla o moflete? Jo, si es que definitivamente yo era carne de desgraciado personaje secundario, ahí a mis dieciséis años con la cara llena de granos y mis gafas. Ah, no, espera, que acabo de recordar que la franja de edad que trabaja la literatura juvenil no es una de las mejores épocas de nuestra vida. La pubertad, qué gran faena para la mayoría. A casi todos nos “muta” el físico e involucionamos para pasar de tener el aspecto de un tierno infante humano, a toda la cara y garbo de un orco de Moria. Un asco. En fin, con todo este rollo tan solo quería reflexionar y expresar que los lectores, a veces, somos un poco hipócritas, pues solemos exigir realismo y credibilidad a las obras que caen en nuestras manos, pero en lo que se refiere al amor queremos un prototipo muy determinado de personaje: perfecto. Así que yo me pregunto, ¿nos seguirían apasionando de la misma manera unos protas menos perfectos físicamente y más cercanos a lo que encontramos día a día? ¿O preferimos justo lo contrario, meternos en la piel de esos chicos y chicas igual no perfectos pero sí del “montón bueno” que logran enamorar hasta el tuétano al yogurín o yogurina de turno?