Querida Alfaguara

La primera vez que fui consciente de lo que era una editorial y supe identificar un nombre con un logo fue con Alfaguara, la editorial soñada, la que a tantos niños y jóvenes de mi generación atrajo al mágico mundo de los libros y a la sana costumbre de la lectura.


Recuerdo la serie El Pequeño Vampiro, de Angela Sommer-Bodenburg. Mi “yo” de ocho años acudía cada semana a la librería y pedía más títulos protagonizados por Anton Bonshack y Rüdiger y Anna Von-Schlotterstein; semana tras semana devoraba cada una de sus páginas. Cuando no hubo más me pasé a Roald Dahl: Matilda, Charlie y la Fábrica de Chocolate, James y el Melocotón Gigante... También Momo y La Historia Interminable, del genial Michael Ende, o incluso el primer ejemplar que conseguí, allá por 1996, de Las Crónicas de Narnia: el León, la Bruja y el Armario, había sido editado por el sello editorial que nos ocupa.


Crecí con Alfaguara y gracias a ella aprendí a adorar los libros. Apostaba por historias emocionantes, personajes entrañables e inolvidables, y autores en extremo talentosos, con buenos mensajes y cosas interesantes que contar. Sus ediciones eran sencillas pero atrayentes, encantadoras. Todavía recuerdo ese olor a papel reciclado y ese tono amarillento de las páginas que tanto me gustaba. Los estantes de las librerías estaban repletos de maravillas de esta casa de letras. Para mí Alfaguara significaba mucho más que una editorial: el amor a la literatura, las ganas de fomentar la lectura y los escritos de calidad. Sí, todo negocio busca beneficio, pero al menos entonces Alfaguara no daba esa imagen; más que un negocio era una fábrica de sueños.


Sin embargo, en los últimos años algún tipo de espíritu maligno, o en extremo ambicioso o qué sé yo, parece haber poseído a mi tan preciada Alfaguara. ¿Por qué digo esto? Porque la editorial ha cambiado, y lo ha hecho para mal. Sí, Alfaguara, te hablo a ti, directamente y mirándote a los ojos: aunque afortunadamente sigues contando en tu catálogo con títulos maravillosos y clásicos como los de Dahl, Sommer-Bodenburg o Ende, últimamente pocas de tus novedades han conseguido llamar mi atención. Tu alma parece haberse disuelto entre colmillos y billetes. De vez en cuando me sorprendes con alguna pequeña joya, pero en general, por desgracia, no suele ser así. ¿Qué te ha pasado?


Se dice que Michael Jackson vivía obsesionado con rebasar el éxito de Thriller. Thriller, que fue el disco más vendido de la historia, ¡y él lo consiguió! Sin embargo, su obsesión por superarlo le impidió ser feliz, le impidió disfrutar de ese logro. Me gustaría pensar que a ti no te está sucediendo lo mismo tras el éxito de la saga Crepúsculo, aunque me temo que no es fácil apartar de mi mente esa idea. Tu pasión por la literatura parece haberse esfumado en busca de una nueva gallina de los huevos de oro, picoteando entre títulos insignificantes en comparación con tu anterior e intachable etapa. Antes se podía confiar en ti, se podía comprar uno de tus libros con los ojos cerrados. Ahora no. Te dedicas a publicar cualquier cosa que pueda oler a éxito mientras dejas empolvándose en el cajón durante años productos de calidad cuyos derechos terminas perdiendo, véase la serie Gregor (Suzanne Collins). Reeditas libros olvidados que merecen la pena, como es el caso de El Tributo (Holly Black), pero luego no les dedicas la atención que merecen. Los lectores de José Antonio Cotrina llevan demasiado tiempo esperando el desenlace de su trilogía El Ciclo de la Luna Roja e incluso han tenido que movilizarse pidiendo explicaciones, pues parece que no tienes prisa por pronunciarte al respecto, y luego sin embargo las prisas te comen cuando presagias dinero fácil con cualquier historia “más comercial”, lo que se traduce en ediciones mal revisadas y repletas de erratas y faltas. Por otro lado, los precios de tus libros son cada vez más excesivos, sobre todo los de los eBooks, que por lo general suelen costar casi (y recalco: casi) lo mismo que las ediciones en papel. Faltas de respeto hacia tus lectores, una tras otra.


De verdad, insisto: ¿qué te está pasando? ¡No eres la Alfaguara que conocí! ¿Quién te asesora? ¿Quién hay detrás de ti? ¿Acaso has puesto a publicistas trabajando de editores, a editores trabajando de diseñadores y a diseñadores trabajando de barrenderos? Bueno, he de reconocer que esto último es poco probable, pues si en algo no ha decaído tu calidad es en los diseños de la gran mayoría de tus portadas. Ahí sí he de quitarme el sombrero. ¡Ay! Con lo que tú eras, Alfaguara, con lo que tú eras... Termino con sólo un deseo: que el espíritu de la vieja Alfaguara regrese, por favor.



Por T. C. Ferri