Con la Iglesia hemos topado

Durante mis vacaciones de Semana Santa estuve en Maastricht (Países Bajos) e hice una paradita en la Librería Selexyz, emplazada en una iglesia del siglo XIII. Me pareció una maravilla, una oda a la literatura con el poder de atraer a los amantes de la arquitectura. Pero no vengo a alabar: la peculiaridad de la Librería Selexyz no es más que una excusa para hablar sobre la relación entre Iglesia y literatura. Por todos es conocido que hace algunos siglos la Iglesia dominaba toda la producción literaria: era la única que sabía leer y escribir, y por tanto quien producía literatura, utilizándola a veces con un fin entre didáctico y manipulador posible gracias a una población en su mayoría de clase baja, supersticiosa y analfabeta. Tiempo después la Iglesia dejó de ser la única institución intelectual, pero seguía teniendo suficiente poder como para censurar aquello que no se ajustaba a sus cánones. En la actualidad, aunque los tiempos han cambiado, la comunidad eclesiástica sigue siendo brutal detractora de todo aquello que no le agrada y no tiene ningún reparo en mostrarlo públicamente. Para no sacar los pies del tiesto de la literatura juvenil, veamos el ejemplo de la saga Harry Potter. Documentándome para armar mis renglones di con varias páginas relacionadas con la Iglesia Católica que tenían publicados artículos con títulos como "Harry Potter hace daño a los niños" o "El peligro de leer libros o ver películas de Harry Potter". Según los autores de esos textos, Harry Potter emplea la simbología del mundo del ocultismo, de manera que puede servir al niño lector como introducción a ese mundo perverso. Critican también la profanación de cementerios, la aparición de ritos satánicos y, lo mejor de todo, aseguran que "falsamente enseña que hay dos tipos de magia: la buena y la mala. Toda magia es contraria a Dios." Después de leer algunas de estas perlas y casi indigestarme en el intento, concluyo que las declaraciones vertidas en estos artículos son desmedidas; no se trata de simples opiniones objetivas que critican una novela concreta, más bien ataques de chiste. No creo que nadie, de los millones de lectores que tiene la saga de Rowling, considere esta obra un trabajo teológico o debido a ella haya sentido el ferviente deseo de introducirse en el mundo satánico. De hecho, son muchísimas las consecuencias positivas que habría que destacar de la lectura de estas novelas: desde gente que empieza a leer con Harry Potter sin haber tocado antes un libro en su vida, hasta escritores que siguiendo el ejemplo de la señora J. K. deciden crear mundos de fantasía para continuar alimentando la literatura con su imaginación e historias. Y ahora yo me pregunto: ¿sabrán los detractores mentados que entre los muros centenarios de la Librería Selexyz viven historias como las de Crepúsculo o el niño mago?