Temas duros en la literatura juvenil

La literatura es un medio que permite plasmar sobre el papel una gran cantidad de situaciones que, a su vez, transmiten al lector diversas emociones y a menudo tienen la oportunidad de dejar huella en él. En la oferta juvenil de las últimas décadas encontramos diversos géneros, tantos como los gustos de los jóvenes, pero en este reportaje me limitaré a hablar de aquellos que tratan un tema duro o, dicho de otro modo, historias que abordan una realidad conflictiva sobre un adolescente o su entorno. Hay quien tiende a huir de estos temas "para no pasarlo mal", no obstante, a mi modo de ver es importantísimo que existan libros de este tipo por todo lo que pueden aportarnos.


En defensa del realismo


¡Qué divertida es la fantasía, cómo estimula la imaginación y qué bien va para evadirnos de la rutina…! Los gustos de niños y jóvenes siempre han estado ligados a mundos épicos, aventuras fascinantes y criaturas mágicas que de entrada resultan más atrayentes y tienen hilos argumentales que atrapan de inmediato. Lejos de intentar poner un género por encima del otro, quiero defender las virtudes del realismo, un estilo que actualmente no atraviesa su mejor momento y que, por prejuicios o simple falta de interés, mucha gente no se anima a descubrir.


Al lector adolescente le gusta encontrar un personaje con el que se pueda identificar, alguien que atraviese los mismos problemas que él y se interese por las mismas cosas (solo hay que fijarse en la importancia que da este sector a los personajes, femeninos y masculinos). Se puede crear una personalidad tremendamente realista en un escenario imaginario; ahora bien, nunca nos podrán meter las espadas, los vampiros o los internados mágicos como elementos normales del día a día. Así pues, no hay nada como una historia sencilla y creíble para lograr que el lector se sienta como en casa en todos los sentidos.


Por otro lado, las novelas realistas ayudan a entender mejor algunos temas y aumentan nuestra capacidad para sentir empatía con las personas de nuestro alrededor. Además, permiten aprender de las experiencias ajenas, de manera que pueden llegar a convertirse en verdaderos motores de concienciación para la juventud. Además, ya sabemos que interiorizar algo resulta mucho más sencillo con una actividad lúdica como leer ficción que a través de un aburrido libro de texto.


Todo ello sin olvidar un punto básico y esencial: el entretenimiento. Al contrario de lo que muchos creen, recrear unas circunstancias cercanas a nosotros no está reñido con disfrutar de la lectura. Una novela realista puede ser tan adictiva y llegarnos tanto como una fantástica o de ciencia ficción. Lo importante no es el género, sino la capacidad del autor en cuestión para escribir una obra en condiciones, independientemente del contexto de la misma.


Tratar un tema duro


Se puede decir que dentro del realismo hay dos subgéneros diferenciados: uno se centra en las situaciones cotidianas de un adolescente normal y corriente, en tanto que el otro va más allá y se mete en terrenos pantanosos. Con estos ya se sabe: o se sale muy bien parado o va directo al fracaso. Lo que está claro es que al hablar de un tema duro uno no se puede quedar corto ni andarse con medias tintas; mejor mostrarse crudo, cruel o realista que suavizar la situación.


El primer requisito que deben cumplir estas historias es la rigurosidad. Hay que conocer bien lo que se va a contar, y ello requiere una documentación previa que puede durar incluso años. Si un autor desea embarcarse en la aventura de escribir sobre un tema duro, más vale que lo haga con mucho respeto y se tome su tiempo para prepararlo todo, ya que en caso de no hacerlo corre el peligro de ser vilipendiado ferozmente (y con razón) por el colectivo de aludidos que considere que su historia no refleja en absoluto la realidad. También existe la posibilidad de que un escritor desee contar su propia experiencia, una situación no tan extraña, pues personajes célebres con infancias terribles los hay a montones. En tal caso, bastará con asegurarse de que el enfoque del tema se adecúe al público juvenil.


El siguiente paso se refiere al protagonista que debe sufrir en sus carnes el problema en cuestión. Resulta importantísimo hacer una buena introspección del personaje, con una evolución paso a paso y sin caer en arquetipos. Estamos hablando de cuestiones delicadas, por lo que no se puede correr el riesgo de frivolizar o mostrar las cosas de forma simple o azucarada. Aquí ya no solo está en juego la calidad del texto, también se juzga que el retrato del sector determinado concuerde con la realidad. El lector tiene que sentirse arrastrado por la personalidad del protagonista para meterse en su piel, en su cabeza y en sus entrañas. De este modo conseguirá comprender todos los matices del momento que atraviesa.


Por lo demás, cada escritor aborda el tema a su estilo: unos lo tratan con humor, otros mantienen un tono serio y correcto, algunos son crudos y brutales, etc. Eso sí, es de importancia vital saber encontrar el equilibrio entre lo lacrimógeno y lo superficial. En estos temas no vale quedarse corto, pero tampoco se puede escribir algo excesivamente triste, por la sencilla razón de que no atraerá a los lectores y les dificultará la lectura. Hay maneras de transmitir los mensajes sin dramatismos; de hecho, cada vez se valora más que un autor sea capaz de narrar una determinada situación con un tono, digamos, desenfadado (ojo: esto no significa restar gravedad a lo que se cuenta, solo hace referencia a la forma de exponerlo).


A continuación se analizan algunos de los contenidos frecuentes de este "subgénero". Se ha optado por hablar de ellos por separado porque cada uno tiene sus particularidades y puntos clave; aun así, resulta fundamental dejar claro que en la práctica no siempre existe tal separación y algunos pueden estar bastante ligados entre sí (el acoso suele acabar en violencia, las drogas pueden llevar a los malos tratos, algunas enfermedades pueden estar ligadas a la pobreza…).


Discriminación y acoso


Racismo, homofobia, bulling Son muchas las formas de excluir a alguien por un odio irracional o simple miedo a lo desconocido. Generalmente, los libros centrados en este tema están narrados desde el punto de vista de un testigo de los hechos, un chico o chica de carácter tranquilo que ve cómo se trata mal a un recién llegado, a la vez que se produce un acercamiento entre este y el narrador. También existe la posibilidad de centrarse en la figura de la persona con prejuicios que poco a poco aprende que no puede ir con actitud de perdonavidas, aunque lo habitual consiste en dejar este papel para secundarios en los que no se llega a profundizar del todo, son personajes que están ahí con el fin de representar un rol. La opción de crear un narrador protagonista a partir del joven que sufre la discriminación nunca pasa de moda y suele funcionar bastante bien a la hora de poner al lector en la piel del susodicho; no obstante, la visión de un tercero aporta una perspectiva más amplia y objetiva del conflicto.


Dentro de este apartado podemos destacar la novela ¿Dónde estás, Ahmed? (Manuel Valls), en la que una chica de físico espectacular conoce a un muchacho marroquí y ambos se ven afectados por los prejuicios de sus compañeros, mientras se relatan escenas de xenofobia que por desgracia nos quedan demasiado cerca. ¿Quién es ella? (Jerry Spinelli), por su parte, enfoca el tema de ser diferente de una manera menos dramática, con una historia en la que una joven llama la atención por su carácter especial y distinto, no necesariamente en sentido negativo. En cambio, en Blanco y negro (Malorie Blackman) volvemos a hablar de racismo con una trama distópica que tiene mucho de realista: el mundo está dividido entre personas negras y blancas, con la particularidad de que ahora los esclavos son los de esta última raza. En este contexto surge un amor prohibido que da lugar a escenas impactantes y hace pensar bastante en la naturaleza humana. Existen muchas formas de enfocar el asunto y adentrarse en él, basta con que cada lector encuentre la visión que más le interese.


Malos tratos, abusos sexuales y violencia en general


Los malos tratos y las vejaciones sexuales poseen una amplia representación en la literatura. Nuevamente, el narrador testigo es bastante común, en este caso no para contarnos peleas y situaciones de mofa a un compañero, sino para relatarnos las rarezas y el comportamiento introspectivo de una persona (normalmente una chica) que acaba de conocer. Con el tiempo, la chica estalla y rompe su silencio, para poder terminar con un mensaje esperanzador en el que, con tiempo y valentía, se pueda llegar a disfrutar de la vida a pesar de las heridas. En este campo encontramos novelas como La valla (Ricardo Gómez Castañeda), Empújame, arrástrame (Sandra Chick), Esa extraña vergüenza (Luchy Núñez) o Cuando los árboles hablen (Laurie Halse Anderson), entre muchas otras. Asimismo, hay mujeres que se han atrevido a contar por escrito sus experiencias: Alice Sebold lo hace en Afortunada con su violación y todas las consecuencias que tuvo; y Sabine Dardenne en Yo tenía doce años, cogí mi bici y me fui al colegio, en la que transcribe el calvario que sufrió cuando fue secuestrada por uno de los pederastas más sádicos de los años noventa. Pero no todos las vejaciones se dan en adolescentes: Palabras envenenadas (Maite Carranza) hace una denuncia de los malos tratos y abusos sexuales infantiles, un tema que tampoco se debería dejar de lado.


En otro orden de cosas, cada poco tiempo los informativos anuncian que hay nuevas víctimas de la llamada violencia de género. A pesar de lo actual del tema, en materia juvenil no disponemos de una gran oferta centrada exclusivamente en él, aunque podemos destacar El infierno de Marta (Pasqual Alapont), una conmovedora historia que narra pasa a paso cómo una joven se ve inmersa en una relación con un maltratador, en la que huir y dejarlo atrás no será tan fácil como parece a quienes observan desde la distancia.


Cambiando de tercio, El diario azul de Carlota (Gemma Lienas) ofrece una perspectiva más amplia e informativa, como suele ser habitual en las novelas de la autora. A partir de su personaje estrella, una chica normal y corriente con la que cualquier lector se puede identificar, hace un repaso de todos los tipos de violencia a los que se puede ver expuesta una adolescente y propone recursos para hacer frente a ellos. Una forma amena de conocer los mecanismos habituales de la violencia de género, aunque en el libro también hay un lugar para la violencia escolar e infantil.


Enfermedades


Probablemente uno de los temas más duros dentro de todos los planteamientos difíciles que podemos encontrar en la literatura. Los trastornos de la conducta alimentaria son bastante frecuentes, por la actualidad del problema y porque un porcentaje elevado de pacientes se corresponde a chicas jóvenes en edad de leer estos libros. A menudo la sociedad trata con frialdad a las personas que sufren anorexia, bulimia o vigorexia, acusándolas de no tener personalidad y dejarse llevar por los demás. En la práctica, el trasfondo es mucho más complicado, se necesita indagar en los primeros indicios del problema para comprender cómo la mente de una chica normal sufre cambios hasta convertirse en otra persona. Dentro de este grupo encontramos novelas bien documentadas y creíbles como Billete de ida y vuelta (Gemma Lienas) o Míriam es anoréxica (Marliese Arold); y otras que pecan de lo expuesto anteriormente, quedarse cortas, como en el caso de Frío (Laurie Halse Anderson), que no llega a transmitir el verdadero tormento de estas adolescentes, si bien puede ser una opción viable para quienes no deseen leer algo demasiado crudo. La modelo descalza (Jordi Sierra i Fabra) también podría englobarse en esta vertiente, aunque en su caso va más allá y habla de todas las barbaridades por las que debe pasar una modelo para conseguir trabajo.


Por otra parte, en los centros de enseñanza secundaria se suelen hacer campañas de concienciación sobre el VIH (virus de la inmunodeficiencia humana), aunque nunca está de más complementar la teoría con una buena obra de ficción para comprender mejor las diferencias entre tener el virus de forma latente y desarrollar la enfermedad llamada sida. La cometa roja (Paula Fox) narra el caso del padre de un muchacho que ve cómo se va deteriorando, y Palomitas para Norma Schweizer (Pere Pons i Clar), el de una adolescente que fue infectada a raíz de una transfusión.


Mucho más duros son, si cabe, los libros sobre cáncer y enfermedades terminales en general, aunque los hay que saben darles un pequeño toque de humor para no hacerlos tan lacrimógenos. Suelen girar en torno a los deseos de vivir de un niño o joven que sabe que no le queda mucho tiempo, mientras los de su alrededor toman conciencia del valor de la vida y aprenden a no perder el tiempo ni agobiarse por tonterías. El final siempre se despide con un regusto amargo, a pesar de que no deja de ser una prueba más de lo logrado que está el realismo. Dos buenos ejemplos de ello son Esto no es justo (Sally Nichols) y Un paseo para recordar (Nicholas Sparks). En la misma línea tenemos libros como Si decido quedarme (Gayle Forman), que no habla de una enfermedad exactamente, sino de una chica que se encuentra en coma y debe luchar para vivir a pesar de haber perdido a su familia en un accidente.


Drogas


Saber decir NO bien alto y sin dudar, aprender a divertirse sin necesidad de sustancias químicas, apoyar a un amigo que intenta salir del pozo. Situaciones que, por desgracia, muchos adolescentes deben afrontar en algún momento de su vida. La terapia de choque que supone ver (o leer) el deterioro de alguien que ha estado enganchado a las drogas suele impactar tanto que a muchos se les quitan las ganas de experimentar. En este ámbito destacamos Campos de fresas (Jordi Sierra i Fabra), Paraíso artificial (María Teresa Maia González) y la historia real de Pregúntale a Alicia (Anónimo). Otra opción que tener en cuenta son los libros informativos en los que, además de disfrutar de una trama visual y cruda, el lector asimila conceptos concretos sobre el asunto de forma amena, como sucede en El diario amarillo de Carlota (Gemma Lienas).


Tercer mundo, guerras, pobreza


Dejemos por un momento nuestra cómoda silla en una habitación acogedora y calentita para acercarnos a las chabolas de Si un día vuelves a Brasil (Elia Barceló), a la esclavitud de La piel de la memoria (Jordi Sierra i Fabra), al desamparo de El pan de la guerra (Deborah Ellis), a las bombas de En un lugar llamado guerra (Jordi Sierra i Fabra), a los países cuyas leyes permiten encerrar a una esposa o una hija como sucede en Al otro lado del estrecho (Nicole Boumeâza)… ¡Se ha escrito tanto sobre guerras, pobreza y choques culturales que no terminaríamos nunca de enumerar títulos! No obstante, por mucho que sea un contexto recurrente, las historias ambientadas en un escenario devastador no pierden su capacidad para llegar al lector y hacerle valorar aquellas pequeñas cosas del día a día que a menudo parecen no tener importancia.


Pero no todo se limita a otros países: el llamado cuarto mundo (habitantes de sociedades desarrolladas que viven en el umbral de la pobreza) también merece su mención, aunque se encuentre representado de forma mucho más minoritaria en la literatura. Calles frías (Robert Swindells) puede ser un ejemplo de ello: narra las vivencias de un joven que consigue salir adelante gracias a un vagabundo, experiencia que le permite explorar la forma de vida de los indigentes.


Niños abandonados, centros de acogida y adopciones


¿Quién no ha conocido nunca a un chaval adoptado, o ha tenido un compañero de clase que vive en una residencia para niños huérfanos o con padres que no pueden hacerse cargo de ellos? Sin duda, un tema que nos toca de cerca y del que nunca viene mal aprender un poco a través del universo rico en matices que nos ofrece la literatura. Aquí encontramos libros como Abril en la basura (Jacqueline Wilson), en el que una adolescente decide ir a buscar sus raíces después de pasar su vida en diversas casas de acogida porque su madre biológica la abandonó en un contenedor. Abdel (Enrique Páez), por su parte, nos cuenta la vida de un niño árabe que se encuentra en un centro de menores; en esta historia también se tratan aspectos socioculturales de la vida en el desierto y las acciones delictivas que tuvo que llevar a cabo para ayudar a su familia. Finalmente, A veces tengo el mundo a mis pies (Mecka Lind) nos propone una visión de los niños de la calle en ciudades europeas.


Lo que se echa de menos


Quien desee introducirse en la literatura realista más dura y cruel tiene infinitos horizontes en los que explorar; sin embargo, por desgracia todavía quedan algunos resquicios que las editoriales españolas no se deciden a rellenar. Así, se echan de menos libros que hablen de la transexualidad, sobre tener un familiar con dependencia o tramas derivadas de los conflictos causados por las nuevas tecnologías y los cambios de estilo de vida que han supuesto. Se hace necesario que escritores y editoriales arriesguen y vayan más allá de lo que ya está escrito; siempre con tacto, cercanía y un enfoque adecuado para el público juvenil. Hay temas duros o difíciles que se mantienen con el paso de las décadas, pero otros están en renovación constante, acorde con los saltos de la sociedad en el siglo XXI. Un género que nunca dejará indiferente al lector si sabe tratarse bien, por lo que resulta esencial que no se deje de lado aunque las modas actuales nos lleven hacia otro rumbo.