Libros para ti, para mí

A veces me da por pensar cómo sería un mundo sin bibliotecas. Evidentemente no hago esto a menudo, porque ese pensamiento me impresiona tanto que después cuesta reponerse. Las bibliotecas son lugares especiales que cuentan con un amplio catálogo de títulos a la espera de que se los devore uno a uno y, lo mejor de todo, ¡de forma gratuita! A lo largo de la vida se convierten en el sanctasanctórum del ávido lector, ayudados por detalles como la complicidad con los bibliotecarios, quienes nos guían en nuestros primeros pasos por las estanterías y son testigos de los minutos que le robamos al tiempo para recorrer miles de letras impresas, porque el préstamo es mucho más que llevarse un libro a casa durante unos días. Fue allí, por ejemplo, donde conocí a los inolvidables The Hollister, que compartían zona con Puck y Los tres investigadores, situados en baldas cercanas, pero tampoco le hice ascos a la colección de cómics con Garfield o Mafalda entre sus miembros más destacados, y no puedo olvidarme de ninguna manera de Momo, todo un descubrimiento. Sin embargo, no son sólo las bibliotecas los únicos sitios en los que poder tomar libros prestados: ahí están la familia y los amigos, sobre todo a lo largo de la infancia y adolescencia, que se convierten en fuentes de sorprendentes lecturas que ayudan a enriquecer nuestras mentes. Nunca olvidaré la alegría que experimenté cuando una amiga me dejó los tomos que me faltaban de Las crónicas de Belgarath, un primer préstamo de muchos. Todo esto que os he contado es tan solo un ejemplo de los muchos experimentados a lo largo de mi vida lectora. El intercambio de libros constituye una actividad muy apreciada, pues depositar las páginas favoritas de uno en manos ajenas significa compartir lo mismo que tú viviste. Ahora que las nuevas generaciones de mi familia están en pleno proceso de conocimiento lector, estoy seguro de que seré el primero en prestarles mis libros. Tiramillote, puede que tengas reticencias hacia esta práctica por temor a perder de vista tus atesoradas obras, pero sé consciente de que la literatura es una vía de comunicación, no la dejes guardada en una estantería bajo llave.

Por Héctor F. Sánchez