Sin dejarnos saber

"¡Eh, tú! ¿Qué estás haciendo?". Levanto la vista y veo al empleado del establecimiento en cuestión dirigirse encolerizado hacia donde me encuentro. Yo, con un libro en la mano y la etiqueta en la que marca el precio del mismo en la otra, le tranquilizo: "No voy a robarlo, sólo quiero leer la sinopsis". Y es cierto. ¿Cuántas veces me he encontrado en esa situación? Durante años y años la misma historia y sigo sin entender el porqué. Digo yo: si vas a una gran superficie y ves un libro de elevado coste que por algún motivo llama poderosamente tu atención, la curiosidad hará que quieras conocer cuál es su argumento, ¿no? ¿O acaso cometerás la imprudencia de comprarlo sin saber absolutamente nada de él? Supongo que, por lo general y de no tratarse de una situación muy concreta, no será esa tu forma de proceder. Ni la tuya, ni la mía, ni la de cualquier español de economía discreta. Así pues, giras el libro y echas un vistazo a la contraportada, donde la sinopsis te espera... ¡oculta por la etiqueta del precio! ¿Tan difícil es pegar la dichosa etiqueta en otra parte? Será por espacio en la cubierta de los libros... Pues nada, en estas grandes superficies siguen empeñándose en colocarla en la contraportada, justo sobre el texto del argumento, impidiéndonos leerlo y, por tanto, saber si la obra nos interesa o no. Y lanzo una pregunta al aire: ¿cuál es el motivo de esta conducta? ¿Existen razones ocultas que tengan que ver con el marketing o con algún extraño sistema de ventas? ¿O simplemente deberíamos dar un tirón de orejas a estos empleados?

Por T. C. Ferri