Malos no tan malos

Vampiros guapísimos que se enamoran de humanas, hombres lobo que harían cualquier cosa por proteger a la chica de sus sueños, zombis dispuestos a hacer de este mundo un lugar mejor, brujos que luchan contra las fuerzas del mal, fantasmas llenos de complejos… Pero, ¿qué está pasando con los villanos? De un tiempo a esta parte parece que se han tomado unas merecidas vacaciones, el mal no está de moda. Ahora los malos son los buenos, dechados de virtudes e incomprendidos de la sociedad. Todos esos seres fantásticos que llenaron de pesadillas las noches de muchos, ahora han mutado. Ya no son vampiros sedientos de sangre o fantasmas espeluznantes, sino adolescentes llenos de hormonas que buscan su sitio en el mundo, ser aceptados y de paso encontrar el amor de su vida entre algún humano confiado. El género de terror parece haber perdido fuelle, porque aunque todos estos seres sean recurrentes en la literatura juvenil, está claro que miedo, lo que se dice miedo, no dan. Sí, siempre hay algún malo al acecho, pero se presenta como algo anormal, un personaje esporádico que aparece brevemente para entretener al lector con una escena de acción en la que desde el principio ya sabemos quién será el vencedor. Lo normal ahora es que los malos sean buenos y se preocupen más de encajar que de aterrorizar a los humanos. Es cierto que los estremecedores relatos clásicos eran también muy maniqueos (los malos eran malísimos y los buenos, buenísimos), pero el fenómeno al que estamos asistiendo, esto es, despojar a los seres fantásticos de cualquier atisbo de maldad y convertirlos en adolescentes descafeinados, devalúa un tanto el género. Porque, reconozcámoslo, a todos nos gusta pasar un poco de miedo de vez en cuando y, ¿cómo vamos a temblar de pavor si ahora los monstruos vienen a ligar con nosotros en vez de asustarnos?