Los huevos de oro

De unos años para acá, la literatura juvenil, un género antes poco valorado, ha sufrido un auténtico boom en su popularidad y sus ventas gracias a renombradas sagas como Harry Potter y Crepúsculo. Para bien o para mal esto ha tenido sus repercusiones, y es que parece que de golpe y porrazo las novelas de un solo tomo ya no interesan a nadie. De repente una trilogía es lo mínimo que se puede esperar de una buena historia y las editoriales publican libros mediocres basados en la promesa de que el argumento mejorará en los volúmenes que le siguen cuando, en realidad, sólo buscan un reclamo que les haga aumentar las ventas y, con un poco de suerte, conseguir llevar a la gran pantalla todas y cada una de sus partes. No me malinterpretéis: soy la primera que disfruta con la continuación de un buen libro e incluso con su adaptación cinematográfica, a pesar de que a veces no esté a la altura de mis expectativas. Una saga puede resultar maravillosa cuando cuenta con un contenido cuidado, cuando el escritor se molesta en enriquecer no sólo el argumento sino también los personajes, y cuando un editor se dedica a pulirla y sacarle el brillo que merece. Si la calidad se hace patente, incluso la interminable espera entre un libro y otro se sufre con gusto, pero eso no significa que tengamos que pasar por el aro a cualquier precio. Ya sea como lectora, como público o como cliente, creo que ha llegado la hora de que protestemos: no nos interesan los argumentos cogidos con pinzas que se alargan sin sentido durante tres o cuatro libros para terminar resolviéndose, de forma dudosa, en el último capítulo. No necesitamos cantidad, pero sí debemos exigir calidad; es lo mínimo.