En vías de extinción

¿Quedan aún correctores editoriales? Yo no me lo explico, no logro entender y me resulta alarmante la cada vez mayor cantidad de libros, sobre todo juveniles, que encuentro no con las típicas y perdonables erratas, sino con verdaderos fallos ortográficos y de estilo que me provocan cuanto menos estupor. Leísmos, laísmos, ausencia total del uso de sinónimos, signos de puntuación mal colocados… y así un largo y doloroso etcétera. Faltas imperdonables que denotan la carencia de una buena revisión. Si esto se debe a una despreocupación evidente por parte de las editoriales, a un recorte de gastos y por tanto de personal o a cualquier otro motivo de índole empresarial, no lo sé; lo que sí tengo muy claro es que, sea como fuere, el lector se merece un respeto, encontrar una mínima calidad y cuidado en el producto que está comprando. Porque estamos hablando de literatura, de cultura, de algo destinado a enriquecernos, no del folleto de instrucciones del microondas que, mientras se entienda, lo mismo da si está redactado con la gracia y perfección del traductor de Google. Y claro está que el autor debe cuidar los fallos, así como el traductor, pero un libro que será publicado no se cimienta tan solo en quien creó o tradujo la historia, sino que debe tener un trabajo posterior encauzado a mejorar y pulir aún más la obra. Algo que, de un tiempo a esta parte, chirría y huele a olvido sobre todo en aquellos libros juveniles venidos del extranjero. De verdad, digamos basta a esta desastrosa e inconcebible tendencia cada vez más extendida y aboguemos por el cuidado que merece la literatura que tanto amamos.