El alimento de los dioses

Belatrix y Berenice –gemelas in vitro- realizan junto a su padre el mayor descubrimiento del siglo XXI: una patata que posee todos los nutrientes necesarios para la vida y que se puede cultivar prácticamente en cualquier sitio. ¡Genial!, podemos pensar, así se acabará el hambre en el mundo. Pues bien, trescientos años después conocemos a Skiopul, un joven de 14 años que trata de sobrevivir en las ruinas de un lugar llamado Ciudad, donde la escasez es la norma y hordas humanas rapiñan todo lo que pueden. ¿La única ventaja del chaval? Que sabe leer, y gracias a eso descubrirá en unos cuadernos la causa de su desgracia: la ambición de unos pocos que envenenaron el alimento milagroso y sumieron el planeta en el caos total. Acompañado de Saba, una avispada chica de su edad, viajará por medio mundo para conocerse a sí mismo y asistir en primera fila al escenario de las maravillas y atrocidades de las que es capaz el hombre. Motivados por el sueño de la esperanza, los dos son la viva muestra de que, como dice el propio Skiopul "la Historia siempre parece morir, pero, en realidad, siempre está naciendo".


Esta novela es una de aquellas que se disfruta más tras cada relectura, que llama a tu conciencia para que reflexiones sobre lo que sucede a tu alrededor. Muy a mi pesar, se encuentra descatalogada desde hace más de diez años, que fue más o menos cuando la leí por vez primera. Gonzalo Moure sabe cómo entrelazar diversos momentos en el tiempo sin perder el hilo, dotando así a la trama de una solidez y coherencia muy atractivas. A pesar del desolador panorama al que asiste el lector, que contempla un retroceso mundial, el retrato de las vivencias de los protagonistas es ágil y mucho más optimista de lo que pueda parecer en un principio. Y este es otro aspecto muy efectivo, los personajes; las diferentes experiencias por las que pasan todos ellos reflejan perfectamente sus personalidades, cuyos matices y grises pueden conocerse sin necesidad de demasiados detalles. Pero hay un rasgo todavía más interesante que forma parte del propio mensaje de esta breve novela, y es el conocimiento de que a pesar de estar viviendo en épocas diferentes, los sueños y miedos de Brunn, Balath –dos cazadores de Próximo Oriente-, Skiopul, Saba y el resto de figurantes son muy similares. Además, un verbo ágil y sencillo nos transporta por el mundo de El alimento de los dioses sin centrarse demasiado en lo dramático, aunque posee cierto tono melancólico.


Considero esta obra un excelente ejemplo de narrativa sin ambiciones de estilo que debería rescatarse para el disfrute de todos. Aún más, visto desde el punto de vista comercial, nos encontramos ante una distopía, un género muy atractivo y exitoso en la actualidad: ojalá este factor sirva de aliciente para que la vuelvan a publicar. Tiramillote, si tienes un ejemplar considérate afortunado, pues posees una novela apasionante, aunque sin duda eso ya lo sabrás.


Por Héctor F. Sánchez