A veces no os soporto

Me gusta la literatura juvenil. Mucho. Sobre todo las novelas con ese toque justo de romance bien trabajado, no de ese de aquí te pillo aquí te mato que nace ya en el primer encontronazo de los personajes principales. Sin embargo, generalmente me ocurre que las féminas estrella de esa clase de libros me caen mal, sin exagerar; y claro, así no hay quien lea feliz. ¿Que por qué me revientan a veces esas chicas protagonistas (llamémoslas CP para abreviar en un futuro)? Porque desde hace un tiempo se ha impuesto una moda tonta: idiotizarlas, fabricar sus huesos con piel de cereza madura y convertirlas en seres dependientes del chico/hombre de turno. Ese gusto de ahora por las CP ñoñas, plastas, flojas y habitualmente planas como personajes no me parece ni bueno ni bonito, porque son un mal ejemplo para cualquier lector, se encuentre o no en edad impresionable. Esa legión de CP suele rondar los eternos dieciséis (edad clave, ojo), ser especial en algo (especialmente poderosa, ingeniosa, torpe o apática), poseer un físico de vaya vaya (aunque algunas jueguen a disimular sus encantos vistiendo como monos de feria), tender a menospreciarse para que cuando aparezca el caballero de brillante armadura de rigor su autoestima pueda elevarse como la espuma, pensar poco o nada y pertenecer al club REAPV (“Ridículas Enamoradas A Primera Vista”). Yo a esas filas de pavisosas les confieso tres cosas: primero, no me gustáis; segundo, gracias a los cielos las adolescentes de a pie os dan mil vueltas; y tercero, por suerte siempre existirá ese otro batallón que son las protagonistas rebeldes, enérgicas, con dos dedos de frente y que no se deshacen de amor a la primera de cambio. ¡Hurra por quienes paren a estas últimas!