Literatura juvenil e Internet

LIJ son tres mayúsculas que cualquiera aquí ha de conocer. Son las siglas de Literatura Infantil y Juvenil, y es esta última la que vamos a abordar en nuestro primer reportaje tiramillote. Empezaremos explicando qué es y qué ha pasado con ella, y después la pondremos a jugar con Internet para analizar esa simbiosis tan interesante y efectiva que conforman.



Literatura juvenil sólo como subproducto, gracias


Hubo un tiempo en el que la literatura juvenil (y por extensión y sobre todo, también la infantil) gozó de una triste y escasa fama: por razones que hoy meramente rozaremos, se la consideraba un género menor, siendo sólo los clásicos los merecedores del respeto de la crítica. Para más INRI, no contento el mundo con subestimar la calidad, profundidad e importancia de la LIJ, también la hacían caminar por detrás de la narrativa adulta en cuanto a presencia en los medios de comunicación. Para contarlo bien será mejor que nos tomemos la afrenta por partes.


Primero tenemos una literatura juvenil muy temprana, dado que se consolidó como tal hace bien poco, entre los siglos XIX y XX; y tal vez ese sabor a nuevo y poco explotado condujera al mundo de la Lengua y la Literatura a desconfiar y hacerla de menos. Se trataba de tinta para niños y adolescentes, después de todo, de manera que, ¿qué clase de producto podría salir de aquello? Uno nada bueno ni memorable, consideraban muchos señores y señoras. Desde luego, esas primeras impresiones hoy se dan con un canto en los dientes.


Continuamos con nuestra batalla: sobre esa suspicacia que generaba la literatura juvenil. Por suerte a estas alturas ya no sucede así, pero hasta hace bien poco muchos tildaban la LJ (Literatura Juvenil) de subliteratura. La trataban como si fuera un género menor, simple, tonto, jamás complejo; se mofaban de su universo y de su, aseguraban, didactismo moralizante; y comparaban a los libros juveniles con simples textos de enseñanza sin valor literario.


Como prejuzgar sigue siendo uno de los deportes favoritos y más practicados del humano de a pie, semejantes juicios todavía hoy se escuchan en las calles y los rincones más ignorantes, pero afortunadamente cada vez son más los lectores y críticos que plantan cara a tanta tontería. La LIJ es tan válida como cualquier otra literatura y eso no se puede discutir: forma a la persona a través de sus letras, está ligada a su crecimiento personal y significa un camino básico de aprendizaje; además, sus textos pueden resultar tan complejos como cualquier ensayo de altura y su influencia la avala. Por todo esto, ya no se lleva eso de subestimar al lector infantil y juvenil, porque es posible un aprendizaje respetuoso con la inteligencia de uno, divertido, repleto de agudezas e incluso interactivo. Esta última vía se da la mano con Internet, un medio que va ganando terreno a la televisión y es a la vez letra, imagen fija, imagen en movimiento y sonido, todo en uno. ¿Puede haber algo más atractivo para el lector infantil y juvenil que este combo? Sobre todo teniendo en cuenta que en la actualidad se ha convertido en el medio de comunicación más potente y empleado por la mayoría (principalmente por los jóvenes, quienes viven auténticas existencias virtuales gracias a redes sociales como Tuenti o Facebook) y que, muy a pesar de bibliotecas y las enciclopedias de toda la vida, se ha consolidado como la principal fuente de búsqueda de información.


También hablábamos antes de una presencia menor en los medios: de tan infravalorada que ha estado la literatura juvenil, hasta hace muy poco era completamente ignorada en esos espacios. En radio, televisión, periódicos y revistas era frecuente encontrarse menciones y críticas sobre literatura para adultos, no así acerca de la LIJ por considerar que no merecía la pena. Gracias a los cielos, como se ha visto, esto por fin está cambiando y ya no existe ese vacío mediático; aunque en gran parte se lo debemos a la cantidad de dinero y nuevos libros y lectores que ahora mueve la literatura juvenil debido a fenómenos editoriales tanto españoles como extranjeros como Harry Potter (J. K. Rowling), Crepúsculo (Stephenie Meyer), Los Juegos del Hambre (Suzanne Collins), Memorias de Idhún (Laura Gallego), Graceling (Kristin Cashore), Hermosas Criaturas (Kami Garcia y Margaret Stohl), La Puerta Oscura (David Lozano) o Cazadores de sombras (Cassandra Clare). Sagas como éstas han abierto mercado y se han convertido en literatura de auténticas masas prácticamente a lo largo y ancho del globo, y adivinad qué señorito muy enseñorado se ha encargado de allanar, profundizar y sostener el camino: Internet, menudo él, que ha revolucionado el viejo monopolio informativo. Enseguida dedicaremos párrafos enteros al que ha hecho posible la proliferación de webs, revistas electrónicas, foros y blogs (espacios personales en Internet) especializados en LJ.



Ring, ring… Calidad llamando a Gusto y Mercado


Debemos aclarar, ojo, que se escriben clases y clases de literatura juvenil. Existen novelas simplonas que se dedican a entretener y zarandear al lector de aquí para allá sin permitirle respirar de tantas aventuras que ocurren, y en ningún momento esas obras pretenden hacer alarde de buena pluma o recursos estilísticos que quiten el hipo; y hay novelas magníficas que narran una buena historia y lo hacen con el más exquisito gusto.


En cualquier caso, esta diferencia no se ve reñida y no me parece malo que exista una literatura de masas en la que prime la potencia de la historia y no su calidad. Al fin y al cabo, aquí hablamos de LJ, es decir, sobre todo de jóvenes: muchos son lectores natos que continuarán madurando como tales, probando nuevas y mejores formas de narrar; y otros muchos son amigos de libros que no persiguen la belleza en su escritura y probablemente lean lo justo y necesario o se estanquen en un género definido, casi siempre trillado y dedicado desde la primera frase a la masa (sin ánimo de generalizar, cuidado), pero, y subrayemos un detalle importante, al menos leerán. Precisamente Internet juega un papel destacado en esta literatura comercial.


Se dice que uno es lo que lee: si hay personas a puñados, también habrá preferencias, estilos y tribus lectoras para dar y tomar. Lo que hoy manejamos es una amplia y variada oferta de calidades diversas para una amplia y variada demanda que jamás debería verse obligada a justificar por qué lee o no tal libro.


A este respecto debemos señalar otro punto: echemos el freno ante algunas novelas con poca calidad literaria cuyo fin único es entretener por entretener. A veces leer entre líneas no tiene sentido, pero otras se convierte en un mal necesario: ¿cuántas obras de éxito inmenso han nacido con puros fines comerciales? La respuesta es fácil, una gran cantidad de ellas. En la LJ esto ocurre con frecuencia, principalmente en la novela romántica, en la que autores y/o editoriales se dedican a meter a empujones en la misma historia el triángulo amoroso de rigor, un par de peligros de muerte, si acaso dos o tres criaturas no humanas y un poco de esencia de instituto hormonado. Viva la originalidad, o su ausencia, y viva también el marketing, que más que ayudar a vender variedad que otros inventan, se dedica a crear él mismo la demanda de un producto siempre uniforme para después ofrecerlo a aquellos a los que lava el cerebro. Y para esto del marketing Internet se convierte en algo fundamental, casi su piedra angular, pues es ya una realidad que se equipara a la real, valga la redundancia: existe la vida dentro de él y la vida fuera de sus redes, siendo abrumador el poder que guarda sobre sus usuarios.



¿Filántropo, yo?


La Red se ha transformado en un medio globalizado y omnipresente, y goza de un poder inmenso y hasta peligroso dependiendo del uso que se le dé. Hoy es el “boca a boca” más eficaz que existe gracias a sus millones de usuarios. ¿Qué ocurre entonces cuando se utiliza Internet como medio publicitario? Resulta más que obvio que no hay secretos que se encuentren a salvo en él, de modo que cuando la información sí se desee compartir, la consecuencia será bastante previsible, y es esta cualidad prácticamente todopoderosa de la que hoy se aprovecha el mundo de la literatura, sea con fines lucrativos o no. Todo eso sin contar que hablamos de un medio gratuito en el que se puede hacer y deshacer: ¿quién no se aprovecharía de algo así, sobre todo muchos medios que una vez fueron sólo impresos y que ahora por costes mínimos o nulos pueden continuar realizando un trabajo parecido, con más facilidades y en ocasiones hasta más productivo?


El joven de hoy está acostumbrado a la inmediatez y rapidez, a la imagen viva y el volumen a todo trapo. Por eso, la literatura también se adapta, aunque lo suyo sea el disfrute tranquilo y solitario; y si sabe adaptarse, las editoriales que trabajan con ella no van a ser menos. Aparte de haber empezado ya a dejar atrás las distancias y el “usted” para chocar palmas con el lector, para promocionar sus libros (presumiendo a partir de este instante que se trata de libros correctos en su edición) han sabido sacar partido a ese mundo tan rico y al alcance de todos que es Internet, sin importar que el producto anunciado todavía no se encuentre en las librerías, porque en este mundo rápido todo vale para hacerse un hueco.


La primera tarea que fusilan es la de crear páginas web dedicadas a su catálogo y autores en plantilla. Una vez convertido en virtual el proyecto, les toca decidir si desean habilitar los comentarios, y lo cierto es que todas o casi todas terminan abriéndose al mundo: permitir esa libertad genera después un feedback como ninguno y origina una ínter actuación directa con su público objetivo, pues es una forma fantástica de acercarse a él, darle voz, atenderle y hacerle sentirse escuchado. Como son muy listas, las editoriales también se valen de las redes sociales, aunque no siempre de forma experta. Facebook y Twitter son los gigantes, dos escenarios que suman millones de usuarios en todo el globo y sirven de lanzadera para cualquier tipo de información, rumor o publicidad.


Al mismo tiempo, estas casas de libros organizan campañas publicitarias en su propia página o contratan espacios ajenos, se comunican con su público lector y clientes de manera inmediata y en tiempo real a través de la Red, y ahora, gracias al despegue monumental de los blogs literarios (en su mayoría por amor al arte), también se aprovechan de esa rama siempre sedienta. Ellas ofrecen información y los blogueros, absolutos reyes de sus espacios, la expanden a través de sus plataformas, muchas de ellas de una calidad considerable. Y, qué caray, si logran una exclusiva jugosa, concursos para sus páginas, entrevistas con escritores difíciles o se convierten en afortunados lectores de ejemplares en pruebas antes de que los libros salgan a la venta, mejor que mejor. Como todo en esta vida, el quid pro quo suele ser la máxima. Además, de forma conjunta editoriales y blogueros también colaboran a la hora de organizar y/o publicitar festivales literarios y quedadas de fans con escritores; todo un fenómeno que en la LJ levanta pasiones desde que Alfaguara lograse convocar a cientos de fans de la saga Crepúsculo hace unos años en la capital de España.


Si se estudia bien todo el fenómeno, podemos sacar en claro que esta relación entre unas y otros mediante Internet significa publicidad, presencia, información oficial y de primera mano, transparencia y, siempre fundamental, relación con el lector, el profesor de turno, la competencia, el crítico literario, el profesional del mundillo y los padres de quienes luego leerán. Está visto que si la literatura juvenil e Internet conforman una fuerte simbiosis, lo mismo ocurre entre las editoriales y aquellos blogueros que se dedican a charlar sobre LJ a través del medio estrella que desde hace años es Internet.



Los baches de la blogosfera, la saga de nunca acabar


Hace tiempo, no importa cuánto, nacieron esos espacios personales y virtuales que denominamos “blogs”. Enmarcados en la blogosfera,  los hay de todas clases, desde los que te cuentan qué pie les pica hoy o en qué asiento de un autobús tailandés encontraron un desgarrón con olor a tofu, hasta los literarios, que son los que aquí nos traen de cabeza. Estos últimos hablan de literatura: lo hacen expertamente o no y con mayor o menor soltura, actualizan poco o a menudo, siempre se remiten a su experiencia lectora cuando juzgan y muchos se convierten en blogueros estrella; es decir, personas de carne y hueso transformadas en auténticos líderes del sector con cientos e incluso miles de fans a sus espaldas y un poder de concentración inmenso. Algo peligroso si se hace mal, desde luego, porque no debemos olvidar que los blogs tienen a favor su total libertad para todo: pueden hablar como y cuanto quieran; está en sus manos quejarse, alabar y crucificar; a pesar de las modas en el diseño y en el contar, siempre hay algunos que destacan por un estilo propio; los buenos o, al menos, a menudo actualizados con críticas y novedades, se convierten en auténticos lugares de referencia; fomentan la retroalimentación entre usuarios gracias a los comentarios abiertos y sus redes sociales integradas, e influyen en otros cuando recomiendan lecturas. De hecho, son muchos ya los lectores que se limitan a los blogs para hallar información, siempre organizada y segmentada, a diferencia de muchas webs de editoriales que son caóticas a primera vista, poco intuitivas y con menús que dejan mucho que desear.


Otra de las importantes (y a veces cruciales) ventajas de los blogs para los navegantes es la posibilidad de conocer el movimiento literario en otros países: qué género y novelas triunfan, qué estrategias llevan a cabo sus editoriales, qué escritor revoluciona el panorama, cómo funcionan sus campañas de publicidad, qué escándalo podríamos ahorrarnos, etc. Todo es posible gracias a un Internet globalizado, y quien asegure que en España ni editoriales ni blogueros beben de sus homónimos en el extranjero, miente como un bellaco.


Aparte de esa tentación constante de copiar y plagiar contenidos y formas, un problema real y grave que acucia a la blogosfera es la honestidad en sus contenidos, no siempre suficiente y a veces del todo desaparecida. No hay derecho a que los blogueros arremetan contra un libro, autor, editorial e incluso compañero de blogosfera por rencor, insatisfacción, ambición o celos; pero ocurre; y cuando desvirtúan su tarea de informar y opinar con objetividad y responsabilidad, adiós muy buenas. Aunque tampoco es de recibo que las editoriales no sepan afrontar con profesionalidad las críticas malas y perfectamente francas e imparciales que reciben sus libros en Internet, vengan éstas de lectores con poca literatura detrás de sí o de usuarios que sepan bien de lo que están hablando. Por otro lado, no podemos olvidar el tercer problema del triángulo: la poca personalidad de muchos lectores que se dejan arrastrar hasta el extremo por la opinión de turno, llegando incluso a desprestigiar libros sin haberse acercado a sus páginas. De todo hay en la viña de Internet.



Complacernos resulta cada vez más fácil


Si bien será en otra ocasión cuando ahondemos en los pros y contras de una calidad literaria en la LJ, ahora vamos a permitirnos hablar de la complacencia editorial y sus consecuencias a corto y largo plazo, pues crear literatura juvenil que se pliegue a una cultura de masas implica convertir al resto de textos en una minoría a la que se deja de lado.


Fabricar booms literarios genera locura mediática y fan-lectora, quedando la parte cuerda del asunto relegada al olvido; por tanto, nos hallamos frente a una nueva forma de vacío: si antes la LJ era polvo, ahora lo es todo gracias a éxitos editoriales e Internet, salvando el hecho de que ese “todo” se refiere únicamente a géneros y temas muy específicos, generalmente dirigidos a lectores poco amigos de las letras más complejas. ¿Quién dará voz a la buena literatura juvenil que no haya tenido el –a veces, pero no siempre– privilegio de convertirse en un boom? Evitemos tanto mareo cultivando al lector sin tratarlo de personaje simplón, porque las estadísticas dicen que se lee poco (y no mienten); y, sin despreciar géneros literarios, ofrezcamos un producto bueno a rabiar tanto para masas como para minorías. ¿Qué mejor camino para alcanzar estos fines que Internet, el escaparate más práctico, rápido, barato y eficaz de hoy en día?